Tus ramas se hallaban tan desoladas como el terreno que tu presencia adornaba.
Me detuve con un escozor en el alma…
tu imagen me pareció infinitamente triste…
casi de inminente e injusta muerte…
Te pedí perdón, majestuosa figura,
por aquellos que pronto sus dientes contaminados de incomprensión
y sus sierras cortantes de odio hundirían en la enjuta carne de tus troncos,
ya seniles y grises.
-Es que el hombre irracional destruye todo lo que no comprende-
te susurré… y te suspiré…
Intentando aguantar la pertinaz lágrima que, atrevida,
insistía en aventurarse por la piel de durazno de mi mejilla en flor.
Vi tu raquítica sombra, casi invisible. Vi tus brazos escuálidos y suplicantes que se alzaban al cielo, lejano e inmutable, como perfectas plegarias de aromático incienso.
El imaginarte conciente de tu futura suerte me aterró visceralmente.
Tal vez llorabas… tal vez sufrías… tal vez recordabas.
Cerré mis ojos…
Traté imaginar tu recuerdo vivo…
Imaginé tus frondas al son del viento…
Y de pronto, te oí rebosando de un trino bello;
oí tu existencia llena de música amarilla y festiva.
Vi nidos cual refugios,
pichones amparados en el abrazo de tus brazos fornidos y suaves,
infinidad de huevos, como promesas y potencias.
Vi tu sombra, enorme y fresca,
gente durmiendo y soñando a tus pies rendidos.
Fuiste el fantástico juguete del niño pobre… y del rico.
Los imaginé corretear; la sombra fugaz de su felicidad;
sus risas y gritos de las disfrutaste sereno.
Seguro que tus raíces llegaron muy hondo…
debías soportar los vendavales soplando inoportunos y adversidad.
El peso de tu copa debió ser inmenso, casi el de una brillante utopía…
una muralla casi impenetrable
tramada con el terciopelo pomposo y el verde brillante de pequeñas hojas…
Y si hoy temes, es también por ellos.
Temes por lo lejano y difuso distorsionado de sus risas de sol y cielo…
Temes por la cadencia del canto armónico
que ya jamás volará rozando tu oído
o posándose en la pradera nívea de tu alma de retoños y hierba.
Despierto como de un trance.
Sigues ahí, los dos en silencio.
Me maravillo al ver como un pequeño te mira, callado, inmóvil… absorto.
Solo unos momentos se detiene y sigue, a tu lado, su errático juego.
Junto a mi pie y, algo inmerso en el seno fecundo de la tierra casi arada,
veo el verde de la esperanza resurgiendo y renaciendo.
Justo ahí, moviendo con suavidad unas piedritas y apenas asomando tímidamente,
cual si despertase…
Es por eso que estás vivo en cada grano, en cada pasto y en cada cosa que cimentó y construyó su existir mamando el néctar dulce de ese pecho materno.
Suavemente acaricié aquella brizna que rosaba mi pie…suavemente te acaricié.
“No son tristes las viejas cortezas” (El Principito-Antoine de Saint Exupery)