24 de noviembre de 2007

Recuerdos de lo que será

Entrevió los destellos blancos del sol entre los columnares troncos de los árboles inmensos.
Descendió la cuesta guiado por el fluir del agua, fresca y transparente como el recuerdo de una madre.

Descendió con alguna dificultad, sorteando algunos tropezones y raíces… la agilidad había sido erosionada por los años indolentes.
Relajó un poco su cuerpo, cerró los ojos y se aferró al bastón blanco y al lazarillo de la suave pendiente como cadera o piel de durazno.
El terreno se volvió más húmedo, sus botas resbalaban en la hojarasca empapada y triste.
Divisó unas piedras casi romanas y percibió al transparente elixir cantando y formando remolinos de cristal y estrella.
La luz del sol, tangencial, encendía de brasas candentes su barba de varios días.
Dejó su ropa en el lugar más seco que encontró.
A medida que avanzó la fluida esencia fue abrazando el contorno de su cuerpo otoñal.
Reposó el dorso sobre la superficie áspera y rígida, como prejuicio, de una roca y allí permaneció, en un remanso, hasta que el trino cambiante y permanente de los pájaros anunció la inminencia del ocaso, de incienso, fuego y oro.
Emprendió la vuelta. Miró hacia atrás.
Al llegar, las llamas como abrigo y unos brazos de seda y terciopelo calmaron su frío como desarraigo y arrullaron su sueño.

Diego A. Marino