elevándose como murallas pasteles,
intentando desgarrar la vitalidad manceba del viento como aliento feroz y erosivo.
que se entrelazan en una tupida trama, subterránea y furtiva, que afianza y da unitaria
coherencia al terreno, naturalmente desgranado y rasgado.
danzando con la brisa, transparente y fresca, anunciando la llegada y dándonos la bienvenida a
Mendoza cada mágico verano
Amo esas hileras de álamos de hojas verdes u oxidadas,
guiándonos y velando nuestro andar por los caminos agrestes y rústicos y de estos paisajes pintados con crayones y acuarelas.
que se funden y difuminan en la austera y corrosiva distancia,
amo esos álamos como empalizadas infinitas, que delimitan la perfecta separación de las fincas o campos y que decoran y supervisan sus geográficas y humanas fronteras.
Amo esas hileras tupidas de álamos como disciplinados y pintorescos soldados reales... y las amo fundamental e inexorablemente porque me recuerdan a tú Mendoza, porque me saben San Rafael, porque me huelen a Valle Grande, porque intuyo un atisbo ínfimo de Cañón del Atuel, porque evoca el ronco fluir del Atuel por las noches, porque me encandilan con el recuerdo los atardeceres espejados del Nihuil o los reyunos... en fin , tus hileras de álamos me llevan de regreso a Mendoza donde he pasado las mejores vacaciones de mi vida... Las amo, porque tus hileras de álamos me llevan de regreso al lugar donde perdí una partecita de mi alma de cristal quebrado... que se quedó escalando, nadando o simplemente contemplando el sol ponerse detrás de la silueta oscura y cordonosa de montaña. ¿la has visto por ahí?
Las amo porque es allí donde espero volver muy pronto, como casi todos los años...
Diego A. Marino