Cada noche se paraba frente a su luna de nieve y acuarela y pasaba largo rato contemplando y suspirando algo triste.
Cierta noche aquel astro, conmovido por el dolor que percibía en la pequeña planta, rompió el silencio, de pegajosa brea, que inundaba las penumbras de aquella habitación anónima.
Le preguntó que pasaba, qué era lo que lastimaba su frondoso corazón de hojarasca y brotecitos verdes.
Con un leve movimiento de hoja lo negó.
Nuevamente negó dejando caer una hoja algo seca.
La luna comenzaba a impacientarse frente a la falta de respuesta. Y, ya casi, fuera de si profirió, con el índice levantado y amenazante, una terrible e inapelable amenaza:
-Si no me dices que puede ser peor que la contaminación de mares, ríos y lagos, peor que un aire viciado que ahoga y enferma… si no me dices que es eso que es peor que las cuatro paredes cómo cárceles… me temo que tendré que dejar de visitarte… ya no regresaré por tu ventana nunca jamás, por mucho que llames.
Cuando la luna quiere… puede ser convincente. Tan convincente como una mujer primaveral apuntando algo furiosa con índice en lo alto y dispuesta a ejecutar la condena.
-Está bien- dijo con la vos algo cuarteada. –Si tanto te has interesado por mis lágrimas…
Pensó y repensó, la luna mientras con el abrazo de su luz de espuma y algodón consolaba a aquel ser maravilloso.
De pronto sus ojos se abrieron de par en par. Recordó ciertos casos, ciertas formas… ciertos ejemplos que alguien había mencionado casi en secreto.
La plantita sorprendida y algo asustada, le pregunto que pasaba.
-¿Qué habrá querido decir?- se preguntaba - ¿qué será todo este misterio y por qué se fue sin aclararlo?
Cuando el misterio es grande, pensó, es mejor obedecer.
Y así cerró sus pequeños párpados como velos y pensó en esa flor que la había conquistado.
A la otra mañana, al despertar la joven se encontró con dos pequeñas hojitas nuevas mientras regaba a su querida planta.
Dos hojitas que tenían la forma de dos corazones que casi se abrazaban…
Fue el regalo de la amiga luna.
Dos corazones muy cerquita… porque así, había aprendido, que se amaba.
Ella sonrió y la siguió regando, cada día, algo enamorada… la plantita ya no lloró por las noches, pues al fin había podido expresar el amor que por ella sentía…
Yo solo fui un simple testigo. Solo pude fotografiar el contorno de la planta frente a la luna y una de las hojitas. No había advertido el otro corazón, que hoy me conmueve enormemente. Fue ella quien lo hizo.
Temo que mañana ya no estén. Pero procuraré retratar este acto de pasión y grandeza.
Yo solo fui un testigo casual… que describo lo que otros han vivido.
De esto he sido testigo.