2 de noviembre de 2007

cada noche susurraba a la luna...

Silenciosa e inmóvil cada noche esperaba, cierta pequeña planta, a su blanca luna. Inquieta imaginaba recorrer, de un lado a otro, los rincones de la casa, se mordía el labio inferior, se tocaba el pelo y lo enroscaba con el dedo y agitaba sus manos también imaginarias. Pues así había aprendido, observando, que era la ansiedad del ser humano.
Cada noche se paraba frente a su luna de nieve y acuarela y pasaba largo rato contemplando y suspirando algo triste.

Cierta noche aquel astro, conmovido por el dolor que percibía en la pequeña planta, rompió el silencio, de pegajosa brea, que inundaba las penumbras de aquella habitación anónima.
Le preguntó que pasaba, qué era lo que lastimaba su frondoso corazón de hojarasca y brotecitos verdes.

El silencio gris del asombro besó los labios, aun no acariciados, de la planta de interiores.

La luna insistió amistosa. -¿Es porque seres sin nombre y sin rostro están contaminando tú aire, tu agua o tus tierras?-
Con un leve movimiento de hoja lo negó.

La esfera de nieve siguió aun… -¿es por las paredes que te encierran, pequeña? ¿es que extrañas tú bosque, tú selva o tú prado de verde hierba y esperanza?-
Nuevamente negó dejando caer una hoja algo seca.

La luna comenzaba a impacientarse frente a la falta de respuesta. Y, ya casi, fuera de si profirió, con el índice levantado y amenazante, una terrible e inapelable amenaza:
-Si no me dices que puede ser peor que la contaminación de mares, ríos y lagos, peor que un aire viciado que ahoga y enferma… si no me dices que es eso que es peor que las cuatro paredes cómo cárceles… me temo que tendré que dejar de visitarte… ya no regresaré por tu ventana nunca jamás, por mucho que llames.
Cuando la luna quiere… puede ser convincente. Tan convincente como una mujer primaveral apuntando algo furiosa con índice en lo alto y dispuesta a ejecutar la condena.
Suspiro la pequeña: no tenía otra opción. No quería perder el milagro de su blanca luna.

-Está bien- dijo con la vos algo cuarteada. –Si tanto te has interesado por mis lágrimas…

La luna, que pareció esbozar un atisbo de sonrisa satisfecha y complacida, se dispuso escuchar. Aunque es cierto que todas las lunas son algo vanidosas y soberbias, siempre están dispuestas a escuchar… sobre todo cuando están llenas.

-Sabes-dijo la plantita- hay un ser humano… creo que me ha domesticado, creo que me he enamorado de su dulce voz de lavanda y cirio, creo que me he enamorado de la música en su piano, creo que me he enamorado de las caricias de sus manos de marfíl cuando cada semana con alegría me riega… creo que me he enamorado… y no he podido expresárselo…- no pudo decir más y rompió en desconsolado llanto.

La luna, volvió a conmoverse profundamente. Comprendía el llanto, pues bien sabía lo imposible e irrealizable de ese amor algo disparatado, pero Quijotesco y bello.
Pensó y repensó, la luna mientras con el abrazo de su luz de espuma y algodón consolaba a aquel ser maravilloso.
De pronto sus ojos se abrieron de par en par. Recordó ciertos casos, ciertas formas… ciertos ejemplos que alguien había mencionado casi en secreto.

Sacudió, la luna, e hizo vibrar cada ramita de aquella planta.
La plantita sorprendida y algo asustada, le pregunto que pasaba.

La luna respondió diciendo: -lo que resta de la noche, cierra tus ojos de pétalo y concéntrate fuerte en esas manos que huelen a jazmín, en esa voz que sabe a primavera… esta noche: concéntrate en la mujer que has aprendido a amar!

La plantita que había cerrado los ojos un momento, se encontró sola de pronto.
-¿Qué habrá querido decir?- se preguntaba - ¿qué será todo este misterio y por qué se fue sin aclararlo?
Cuando el misterio es grande, pensó, es mejor obedecer.
Y así cerró sus pequeños párpados como velos y pensó en esa flor que la había conquistado.

A la otra mañana, al despertar la joven se encontró con dos pequeñas hojitas nuevas mientras regaba a su querida planta.
Dos hojitas que tenían la forma de dos corazones que casi se abrazaban…
Fue el regalo de la amiga luna.
Dos corazones muy cerquita… porque así, había aprendido, que se amaba.

Ella sonrió y la siguió regando, cada día, algo enamorada… la plantita ya no lloró por las noches, pues al fin había podido expresar el amor que por ella sentía…

Yo solo fui un simple testigo. Solo pude fotografiar el contorno de la planta frente a la luna y una de las hojitas. No había advertido el otro corazón, que hoy me conmueve enormemente. Fue ella quien lo hizo.

Temo que mañana ya no estén. Pero procuraré retratar este acto de pasión y grandeza.
Yo solo fui un testigo casual… que describo lo que otros han vivido.

Cuando el amor es tan grande, tan noblemente intenso y de material tan puro tiene la fuerza suficiente para romper algunas reglas, para cambiar, incluso, la naturaleza misma de las cosas (por ejemplo, la forma de las hojas de una planta de interiores en alguna casa).
De esto he sido testigo.