27 de octubre de 2007

Cotidiana en un micro

Todos duermen y el silencio dinámico es interrumpido por las respiraciones irregulares y cíclicas.
Tal vez desperté por un golpe.
Mis sentidos, todavía embriagados de la pócima del sueño como muerte, vislumbran la claridad dominante que no alcanzo a comprender.
La luna, alquimista, chorrea y salpica su esencia de ensueño sobre cada cosa convirtiendo en plata árboles y lagunas.
Cual disco de metal fundido y definido se dibuja perfecta y redonda, sus arlequines resplandecientes y curiosos se aventuran por cada ventanilla y resquicio del micro, poniendo con delicado y teatral ademán delicadeza una máscara, metálica y preciosa, en cada rostro y cubriendo las imperfecciones de las construcciones humanas con un velo claro de aleación hermosa.
Su resplandor ilumina asimétricamente mi mano y mi brazo, dejando una porción bajo el dominio de las sombras y tiñendo el resto de metal y espejo.
Empiezo a jugar con ella. Separo mis dedos, vuelvo a juntarlos. El resplandor se deslisa entre mis dedos haciendo apenas cosquilla, con la suavidad y la música con la que rueda una gota de rocío sobre una hoja anónima y desconocida.
Todo me parece enormemente bello y lleno de poesía… intento no desesperar por el abrumador volumen de versos que intuyo pero que no podré escribir.
Cierro los ojos e intento dormir un rato más.