4 de febrero de 2010

reemplazos fotográficos








Nunca le habían gustado las fotos, incluso miraba con un resentimiento febril las que su madre le había tomado de niño, y que muchas veces le obligaba a tomarse frente a determinados eventos, familiarmente importantes. 
Solía decir con esa voz de madre:

- Pero Fabri… si salís hermoso en todas las fotos. 

Lo cierto es que a Fabricio el principio estético de la fotografía no le importaba, como al parecer primaba en su madre. Era la fotografía en si, sus consecuencias sobre las personas, las que le generaban el rechazo. 

Recordaba con seriedad la creencia de algunas tribus que consideraban que la imagen de la persona en la foto no era sino el alma de la misma que había sido sustraída y secuestrada por la cámara, condenándola por todo una eternidad fugaz a una prisión de 1-2 mm de espesor. 

Por otro lado consideraba que nadie era espontáneo en el momento de la foto: miradas oportunas, horrorosas y artificiales risas de ocasión, irrisorias posturas antinaturales… en fin: en una fotografía nadie es quien dice ser. 

Por lo tanto, si es verdad que la cámara roba alma, durante el proceso de la fotografía se sustrae y se condena un alma ajena. 
Este pensamiento repugnaba a Fabricio.
- Si nadie es quien dice ser… la fotografía es una ficción, no es real. Por lo tanto no habría diferencia entre fingir ser alguien que no se es y reemplazar nuestra presencia física por la de otra persona. El engaño sería casi el mismo.- Se decía para si mismo Fabricio.
Es así, que frente a la imposibilidad de negarse a ciertas fotografías cambió el fingir por el reemplazo, a sueldo, de si mismo por otra persona. 
Comenzó buscando dobles, es decir personas cuya apariencia externa era similar con la suya propia, y que sobre todo poseían rasgos faciales similares. Las pruebas con estos sujetos fueron desalentadoras. Los retratos eran tan iguales a Fabricio que todos dudaban de autenticidad. Por otro lado, en los distintos retratos se complicaba, hasta volverse una tarea casi colosal, conseguir al mismo doble. 
Así fue que comenzó a buscar a reemplazantes que no se le pareciesen tanto. Inicialmente las diferencias eran sutiles y los resultados fotográficos seguían siendo poco felices. 
Con el correr del tiempo llegó a contratar dobles que no se parecían en nada a su persona. 
Sorprendentemente las pruebas preliminares arrojaron resultados prometedores: los más distintos brindaban las fotos más creíbles.

Vellmount se encargó del diseño de un estudio ramdomizado doble ciego para corroborar los resultados. 
A los integrantes distribuidos aleatoriamente en dos grupos se le presentaban 30 fotos: 5 de Fabricio con una etiqueta que decía Fabricio, 5 de Fabricio con una etiqueta que decía reemplazante Nº XXX, 5 del reemplazante con una etiqueta que decía Fabricio, 5 del reemplazante con una etiqueta que decía reemplazante, y 10 fotos con Fabricio y el reemplazante juntos + 10 etiquetas sueltas que decían Fabricio y otras tantas que decían Reemplazante. 
La consiga consistía en reconocer a Fabricio cuando era Fabricio y al Reemplanzante cuando era el Reemplazante. De esa forma el estudio evaluaba la eficacia del reemplazo fotográfico con una persona totalmente distinta. 

Lo cierto es que no hubo diferencias significativas entre los grupos y casi ninguno de los 100 participantes del ensayo pudo diferenciar con certeza en las fotografías a dos personas completamente diferentes, los resultados eran sorprendentes: 

Siempre se trataba de Fabricio o siempre se trataba del reemplazante… 

Del mismo estudio Vellmount deriva otras conclusiones secundarias que eran merecedoras de ser validadas en estudios adecuadamente diseñados. 

Quizás la más contundente fue que nadie conocía con certeza a Fabricio. 

Ya validado científicamente el artilugio, fue puesto en marcha. Tenía como ventaja evitar una complicación esperable de los dobles exactos: su escasa disponibilidad. Era muy difícil conseguirlos para cada ocasión en los distintos periodos de la vida, y cuando se lo conseguía ponían precios exorbitantes. 

En cambio, un doble totalmente distinto se conseguía siempre y por precios más que accesibles. 

Así es que en la foto de los 16 años era morocho, con ojos marrones y piel clara. A los 18, en la libreta de la facu, era colorado, con la piel blanca como la nieve y con pequitas en la nariz. Cuando renovó el carnet de conducir su aspecto es el de un afroamericano con piel casi chocolate, con pelo rizado y cutis perfecto. En la foto con su última novia, es rubio con ojos azules como el cielo. En la foto de navidad de 1938 es albino, y sus ojos rojos son el comentario de quien la observa. En una foto en Capilla del Monte de noviembre de 1938 es una morocha exuberante, de prodigiosas medidas, con un escote que sigue provocando síncopes a quien se detiene a ver. 

La consecuencia imprevista, o tal vez buscada, de los reemplazos fotográficos fue que con los años casi nadie era capaz de reconocerlo, o, lo que es lo mismo, lo reconocían en todas las personas…. 

Más dramático aun es que con los años el mismo Nogueira había empezado a olvidar su aspecto. Llegó el día en el que tuvo la casi certeza de no ser nadie, por lo cual estuvo seguro de ser, potencialmente, todos los hombres.

- Así fue que empezó a planear su propia desaparición. Más tarde vendría la búsqueda de la cotidianidad extrema que finalmente culminaría con la invisibilidad. Así empezó el arte de la invisibilidad.- Dice Vellmount, no sin cierto orgullo.


Comentario sobre Fabricio Nogueira, el coleccionista de insectos, escrito por Hernán Vellmount.