8 de febrero de 2010

Manos, una obsesión

Manos
Es bien conocida la obsesión de Vellmount por las manos. Tambíen es de conocimiento público que el pensador solía pasar horas mirando las manos de artistas, principalmente de aquellos que trabajaban la madera y la arcilla. También solía tener la excéntrica costumbre de detenerse en las construcciones y pedirle a los trabajadores que lo dejaran observar y dibujar sus manos. Lo cierto es que muchas veces, aquellos hombres acostumbrados al trabajo pesado y a las asperezas de la vida fruncían el ceño y lo miraban con una incómoda reticencia.. Para vencerla, Hernán solía cargar con una carpeta con varios dibujos de manos realizados en hojas canson Nº5. En las vacaciones, cuando visitaba pueblos con cultura minera, solía recorrer solitario, las afueras en busca de manos cuartadas por la piedra, el sol, el viento y el agua. También fue un asiduo visitante de la cueva de las manos, donde estudió con detalle cada huella, en busca de rasgos particulares que pudieran hablarle sobre aquellas civilizaciones.

El rostro y las manos, son los más fieles testigos del paso del tiempo, este se imprime en ellas, en sus arrugas, en sus quiebres, en sus erosiones. Si uno es atento puede leerse en ellas la vida humana.

- Las historias más sorprendentes me han sido reveladas por la observación detenida de los seres humanos y jamás por sus labios acostumbrados a mentir. Cuanto más desapercibida pase la observación, más espontáneo y natural será el individuo observado. Sin embargo, ni siquiera en la soledad más absoluta marchamos sin máscaras por la vida, ya que el pudor original y la mirada inquisitiva o paternal del dios nos persiguen a todas partes. Nadie está lo suficientemente solo jamás, por mucho que lo desee y lo busque. Es así que la hipocresía o la mentira tiñen nuestros actos desde aquel Eden originario, donde el hombre quiso ser tal cual le salía, quiso obrar por su cuenta, siguiendo sus razones o sus pasiones… aunque se equivocara. Desde aquel entonces la institución fomenta la abolición de toda expresión propia, original y espontánea, e infunde, por medio de una técnica nefasta, un servilismo pasivo en sus fieles. De la misma forma, la sociedad toda por medio de sus estándares, muchas veces inalcanzables, dicta lo que es deseable: lo que no encaja dentro debe ser destruido, olvidado o al menos disimulado. Es así que mostrarse sin dobleces, ser libre, espontáneo, tener libre pensamiento y actuar según las propias convicciones es considerado de la mayor falta de educación por esta sociedad. Las personas que lo han intentado han sufrido terribles consecuencias que van desde la más discreta difamación al exilio más brutal, el de la desaparición en el olvido.

¿Cómo eludir la mentira y el engaño y observar al hombre en su estado natural?
Vellmount decía que para lograrlo uno debía dirigir su mirada a los niños y locos.

- Los niños todavía no tienen el concepto de dios, ni conocen las normas que rigen la sociedad, por lo cual están en cierta forma exentos del pecado original y del contrato social. Los locos,bueno, algunos son dios y todos dictan sus propias reglas. 

En otras situaciones, afirmaba el pensador con una risita irónica, podían extrapolarse las conductas desde animales “inferiores”, con algunas modificaciones lógicas y esperables. Esto era válido, según decía, principalmente para los rituales de copula y las conductas de dominación:

- Aunque a muchos le desagrade, lo cierto es que el lider natural de cualquier grupo de gente no se diferencia mucho del macho alfa de una manada de leones, y muchos hombres, en su ritual de copula, no se diferencian en nada de un pavo real… - Decía Vellmount, ya con una risa manifiesta.

Y seguía:
- A pesar del engaño tramado por el cerebro y ejecutado por la boca, y por todo el cuerpo, hay escuetos signos de verdad que no pueden disimularse: el ritmus de los labios, los movimientos involuntarios de ojos y las manos se mantienen rigurosamente en la verdad. El lenguaje corporal, contrariamente a los hombres, casi nunca miente. - Explicaba Vellmount.

Quizás ésta, era una de las razones en las que se fundaba su obsesión por las manos.

Solía dibujarlas en donde tuviera posibilidad, solían ser manos castigadas de tanto trabajo, o las manos de algún tallador de madera con el cincel. Casi nunca dibujaba manos femeninas, solo las contemplaba.
Solía guardar los dibujos entre las hojas de un libro, como quien guarda una flor para conservarla del paso del tiempo y los elementos.

Pero Vellmount fue más allá con su obsesión, haciendo de las manos algo imprescindible para vincularse con una mujer.

Afirmaba:

- Antes de preguntar su nombre besaba sus manos y sus ojos, solo después rozaba sus labios… Jamás pude enamorarme de una mujer sin antes conocer cada recóndito recodo de sus manos y sus ojos.

El pensador había rechazado a varias mujeres popularmente deslumbrantes, alegando que sus manos no eran estéticas:



- Una rubia podrá fingir sensualidad y belleza, incluso inteligencia o nobleza, pero jamás podrá fingir unas manos estéticas. La belleza física, pero sobre todo la nobleza y la altura espiritual, de una mujer no solo es directamente proporcional a la belleza y armonía de sus manos, sino que es directamente determinada por esta… o viceversa. Una mujer aparentemente hermosa con manos poco estéticas, no tienen que ser estrictamente hermosas, sino estéticas, es una contradicción cierta que nos debe alertar sobre el engaño en curso. Ante esta situación, mi consejo querido amigo: ¡corra despavorido sin mirar atrás! – decía Vellmount ante la estupefacta e incrédula mirada de varios observadores escépticos.