Cierta vez Fabricio Nogueira estaba metido hasta las rodillas en un río, manteniendo un fragil equilibrio sobre unas piedras musgosas. Estaba con la cámara en la mano, se había acercado para hacer unas fotos de unos caballos que se arrimaron a la orilla contraria para tomar agua.
Estaba algo escondido detrás de una piedra bastante grande, que cubría su presencia de la vista de los animales. En la base de la piedra había unos pastos secos que sobresalían del agua.
Lo cierto es que hizo varias fotos.
En determinado momento sintió un ruido que lo alarmó. Era con certeza algo que se movía, pero no estaba seguro de cual era la fuente.
Miró urgente los pastos, pues pensó que quizás era el ruido de alguna víbora. Pero nada, no encontró el origen de sonido.
Siguió sintiendo el ruido como un reproche.
Agudizó el oído y comprendió que era el ruido de unas alas golpeando enérgicamente contra el agua.
Buscó y rebuscó hasta encontrar el origen.
Era un alguacil que había caído en el agua y estaba atrapado en un remolino diminuto que se formaba luego de una piedra.
Era un insecto de una altísima belleza, con un colorido como Nogueira poco había visto: un torax, abdomen y cabeza negro-azulados, con rayas de un verde intenso y unos ojos compuestos tan grandes y tan amarillos que eran una verdadera delicia. Era casi perfecto. Sin embargo sus alas estaban destrozadas: ya no podía volar. Estaba condenado a la muerte, que no tardaría en llegar.
- Cuando perdemos las alas los sufrimientos se multiplican enormemente, eh amiguito!. - dijo esbozando una sonrisa.
Agregó con tono serio:
- Por eso estoy acá, para ser testigo y testimonio de tu belleza cierta.
Tomó un palito y delicadamente lo fue guiando hasta la piedra más cercana. El bicho se aferro con gran dificultad a la austera superficie. Una vez que sus patas, las seis, estaban en superficie firme, caminó torpemente. Era lógico el esfuerzo: estaba preparado para volar, no para caminar o arrastrarse.[[Son indecibles los sufrimientos a los que se expone un ser volador, cuando por diferentes razones pierde sus alas.]] Aleteaba, cada tanto, con todas sus energías en un intento de secar sus alas destrozadas.
A pesar de la lástima que le generaba a Fabricio, el bicho siguió como casi indolente a sus alas rotas... Incluso parecía disfrutar del calorcito que brindaba la piedra. Dos o tres veces cayó al agua... como si lo hiciera voluntariamente para refrescarse.
En determinado momento dirigió sus múltiples miradas hacia Fabricio, y allí permaneció inmóvil por un largo tiempo.
Nogueira tomó ese gesto como una señal de agradecimiento, y dijo:
- No hay por qué, amiguito, después de todo no somos tan distintos.
Se quedó helado ante sus propias palabras.
-¿De tanta obsesión y devoción por los insectos me volví uno de ellos?... ¿qué fueron esas palabras? ¿por qué no me volví una flor, por las que tengo tanta o más devoción? ¿cual es el significado de esas palabras? - No dejaba de preguntarse, estupefacto, Nogueira.
Fue descifrando, poco a poco, el significado de aquellas palabras propias.
Masticó cada reflexión por largo tiempo y en un momento dijo, con los ojos abiertos de asombro:
- Yo también perdí a las alas hace tiempo.
Hizo unas fotos del insecto rápidamente, lo dejo en tierra firme a su suerte y corrió a encontrarse con Vellmount y Lescano.
Estando ya los tres amigos, Fabricio dijo:
- Hernán, hace tiempo perdí mis alas... o quizás renuncié a ellas por que son de un lastre insufrible que hace casi imposible el ser humano.
Hernán sonrió, confirmando la perfección y belleza de la metáfora ante la que estaban, Fabricio amparado por este gesto, continuó:
- Soy, y somos, seres de naturaleza celeste, que renunciamos a ella. Renuncio a mis alas para ser un hombre, un ser terrestre. No me importa la eternidad si eso implica el renunciar a ésta amistad, a las flores, a los insectos, a cada cosa mundana que he aprendido a querer. Los males se incrementan exponencialmente para los celestes caídos... pero se que puedo sobrellevar esas miserias con la belleza que he descubierto en cada cosa, pero sobre todo con el soporte de esta amistad que estamos forjando. Ahora, de lo contrario no estoy tan seguro... no estoy seguro de tolerar una eternidad sin tus poesías, Adolfo, o sin tus pensamientos Hernán... no se si soportaría la eternidad sin la maravillosa fugacidad de una rosa china, sin el canto de los pájaros al amanecer...
Los ojos de Hernán se llenaron de lágrimas, que no intentó contener. Lescano fue más discreto en su emoción.
Ambos se levantaron, presos de un irreprimible frenesí, y abrazaron fuertemente a Fabricio.
-Hace tiempo perdimos las alas, querido Fabricio… hace tiempo que renunciamos a la eternidad y aceptamos el milagro y la maravillosa responsabilidad de ser hombres – Pensaba Hernán, mientras una lagrima casi anónima rodaba por su mejilla.