20 de diciembre de 2007

si de desecuentros hablamos...

Si de desencuentros hablamos...

Leer antes: 1. relativos desiertos y 2. No barriers to love


Tomó sus cosas, que no eran muchas más que un puñadito de esperanzas que poco, casi nada, pesan.
Sacudió sus 6 botitas con esfuerzo inútil: el polvo de la incertidumbre seguía opacando su brillo claro.
Alzó su mirada vidriosa y limpia, apenas por encima del suelo austero.
Y sin decir nada a nadie, y sin que nadie pueda decirle nada partió hacía dónde creyó que su alma encontraría la libertad y el amor.
Partió y camino por diversos lugares buscando cierto desierto de hoja en blanco que llego hasta ella y que fue susurro frágil y fugaz.
Cruzó tierra, quebradas, montañas, pasto, y cielo, pegada, inmóvil y temerosa, en la rueda inmensa de un avión, cruzó mares inmensos fingiendo ser adorno de algún sombrero de elegante dama.
Llego a Argentina. A Buenos Aires precisamente. Ezeiza le pareció triste y con un vaho londinense en el horizonte lejano.
Pensó que sobreviviría al caos de Constitución y sus trenes mitológicos.
Sacó boleto en Retiro:
-A La Plata, por favor – Dijo, algo tímida e intentando alcanzar la ventanilla que no están preparadas para catarinas de talla corta.
-20 euros, por favor – dijo con tono esquivo cortante y fríamente elocuente una siniestra empleada, que al ver las manchitas negras extranjeras creyó que podría aprovecharse.
Metió sus manitas en sus 12 bolsillitos de papel madera pero no encontró nada. Le sorprendió pues al bajar del avión tenía llenos los bolsillos.
-Y bueno… - suspiró preocupada.
Debió viajar prendida al cordón mullidito de una anónima y deportiva zapatilla.
Se bajó del micro, acomodó el asiento/cordón que se había arrugado sólo un poquito, y se despidió con una patita en alto.
Comenzó su caminata, pronto y después de preguntar a ciertos caracoles bohemios, se encontró recorriendo una estructura enorme, que remataba en dos picos en la que adentro, había un hombre Crucificado y casi desnudo que le parecía conocido y siempre le conmovía profundamente.
Siguió su caminata y vio una calle llena de vidrieras y gente alocada, casi espectros, que la recorrían agitadas. Esto le aburrió mucho… luego de la tercera decidió volver sobre sus pasos. En una de las esquinas leyó un cartelito que decía 12.
Siguió el 12, que era bastante largo, y se encontró con un atajo o desvío que le llamó la atención. No era como todas las calles, no formaba un ángulo recto con 12… era diagonal a ella.
Se aventuró por ella, con emoción y con gran desorientación. Pronto arribó a una plaza llena de gente, murgas, tambores, malabaristas, cachorros, algodón de azucar, pochoclos, un monumento en el medio, artesanías maravillosas por doquier… parecía una feria. La recorrió de par en par, era domingo, podía tomarse la mañana y la tarde.
Ya cansada y algo aturdida por las bandas desaforadas, decidió retomar su búsqueda original.
Encontró otras de esas calles chuecas y viajó por ella.
Caminó hasta que se el cartelito esquinero marcó 6… no fue mucho trecho.
Curiosa siguió por 6 hasta que se encontró con lo que parecía una plaza, que también recorrió. Le llamó la atención unas tiendas rodeadas de cruces que daban un aspecto tétrico y seguro marcarían su recuerdo con llanto a sabe a islas. En el centro de la plaza, un monumento de un hombre, cuyo caballo se paraba en dos patas, le dio fuerzas y consolidó su pequeña, pero férrea y punteada voluntad.
El cartelito ahora marcaba 53. Camino por ella hasta encontrar una puerta que, sin saber por qué, le pareció familiar.
Alguien estaba entrando. Un joven morocho no tan alto, con la mirada clarao pero algo triste.
-Debo aprovechar – se dijo la pequeña.
Corrió, corrió y corrió. Cruzo 5 en un arrebato, varios autos le pasaron por arriba sin siquiera percartarla (dicen que es común por estas tierras).
El joven buscaba sus llaves en uno de los bolsillos.
Abrió la puerta y se adentró súbitamente.
-Ya estoy en el edificio – Se dijo suspirando.
Sin entender siguió al joven que cerraba la puerta de uno de los ascensores.
-15 cielos… – se dijo la pequeña – para llegar al amor cruzaría 15 infiernos - Agregó todavía.
Su corazón saltaba en su pecho, parecía querer salirse.
Bajaron del ascensor, ella algo mareada.
Y se abrió una puerta. Una luz blanquecina y cálida se asomó tímidamente y la invitó a pasar. Y así lo hizo.
Vio varios libros inmensos, algunos en el suelo. Vio plantas, una bicicleta, una computadora con varias fotos en la pantalla y un título celeste que decía flicr… la palabra era complicada y no pudo leerla.
Siguió mirando y vio un termo, vio el famoso mate, un atril, una cámara de fotos, un martillo de reflejos. Vio un libro rojo y gordo, abierto que llamó su atención ardiente.
Trepó por una de las patas y ya en la mesa un espasmo la paralizó y un frío congeló su respiración por un momento.
-El desierto de hoja en blanco- se dijo mientras corría con pequeños e infinitos pasos hacia ese mar en blanco.
Subió subió y subió la escarpada pendiente de casi 1800 pliegues.
Casi no respiraba, casi no se movía de emoción.
Pero algo llamó su atención de niña.
Vio unas letras, hechas de pasitos cortos como los suyos, que escribían algo que no podía ver completamente.
Miró a su derecha… y se dirigió al atril: le brindaría el panorama que necesitaba.
Subió subió y subió hasta lo alto, resbalando peligrosamente por las metálicas cornisas.
Miró y cuando vio no pudo contener el llanto que broto como manantial salvaje y herido.
Bajó lentamente y regresó con la mirada perdida y con la pausa triste de quien ha fracasado nuevamente.
Caminó cuanto pudo, pero pronto la hambruna y el cansancio la invitaron a descansar.

Llegó una noche, sin avisarle a nadie.
Llegó buscando un famoso desierto blanco que ya no era tan blanco.
Llegó buscando el amor pero sólo encontró más soledad.
Llegó y sólo la blanca y llena luna iluminaba sus ojos.
Miró a su alrededor y se vio rodeada de letras y más letras que su soledad deletreaban…
-La soledad de un desierto de hoja llena es tan abrumadora como la de un desierto de hoja en blanco - se dijo en un murmuro la pequeña.

Miró la luna nuevamente, lloró sólo un poco: no era cuestión de deshidratarse.
Se tendió en ese mar de letras vacías y allí y así se durmió mientras en su retina resonaban aquellas palabras desencontradas escritas con huellitas en el desierto de hoja virgen:
-Estimado amigo humano: partí rumbo a Italia en busca de un amor que me llegó como susurro lejano. Espero volver a verte.

Diego A. Marino
La Plata, 20 de Diciembre de 2007