16 de diciembre de 2007

Desiertos relativos

Relativos desiertos (1)
Dedicato a Cate

Todo es relativo.
El tiempo a veces nos parece una eternidad, pero con más frecuencia se nos escurre entre los dedos como agua.

A veces el espacio se hace infinito como el llanto sufrido y otras veces se acortá como a sólo un suspiro.

Aquí una pequeña catalina atraviesa la austeridad más absoluta de lo que fue su desierto transitorio y blanco de una hoja de papel A4.

29,7 x 21cm. de largo y de ancho de la soledad más absoluta...
El blanco por todos lados debe ser devastador para una catalina o para un hombre.
No hay hojas en las que se marquen los pasos y por lo tanto no hay en como referenciarse. La mayoría de nuestros sistemas de referencia son relativos: mi posición depende de la posición de otra cosa.
En el desierto de papel pronto se pierde la ubicación espacial, se camina en círculos o en cuadrados, es lo mismo.
Los horizontes blancos son nocivos para la orientación.
Casi al mismo tiempo, antes o después, se pierde la noción temporal y los días se convierten en años y los años en días, el infinito en un instante y un instante en el infinito más desolador.
El infierno, supongo, debe carecer de tiempo/espacio, imagínese: he picado piedra pagando mis pecados toda una eternidad que fue sólo un segundo... me resta otro segundo que es una eternidad; imagínese: he corrido miles de kilómetros intentando escapar del horror de este lugar y sin embargo estoy un paso atrás de dónde había comenzado, deseo descansar un momento en un arroyo de azufre no tan hirviente, doy sólo un paso y me encuentro en el otro extremo del abismo...
Sin más tardar estas incoherencias e incongruencias desequilibran la mente de un insecto o de un hombre.
Se busca desesperadamente un reparo, algo oscuro, un hito azul, rosa o amarillo... pero sólo blanco y más blanco.
Blanco al norte, al sur, al este y al oeste, arriba y abajo...
Esto es como un manicomio... creo desesperar, cree desesperar. La tortura blanca del desierto es insoportable.
Vuelves la mirada sobre tus pasos... y no estan... y ya no sabes si estas.
El silencio atrofia tus oídos y con el tiempo de no escuchar o escuchar el sonido de lo blanco y desértico, pronto olvidas las palabras, el orden ed sal lertas... pronto el blanco consume tu lengua, la ata y la obliga al silencio blanco… en algún momento y en algún espacio bañado de blanco silencio, olvidas el habla.
Darías lo que sea por un poco de sol que rompa el blanco absurdo que te inunda y avasalla... ves tu sombra negra, es tu única amiga. En tu locura quieres alcanzarla pero ésta es tan ligera como tú, se cansa y retoma el camino igual que tú.
Pronto, sediento de colores, casi desahuciado, caes al suelo o te tiras al suelo.
Te quedas quieto, el resplandor lechoso llena tus ojos y te enferma de muerte.
Lloras y lloras, quieres que se acabe, pequeña catalina, este desierto de hoja en blanco. Tu boca sedienta y cubierta en sus comisuras con sal, también blanca, parece incendiarse.
Ya no reconoces ni el sabor de la sed... pero algo muerde tus entrañas y te inquieta. Has olvidado el hambre, el sueño y la sed…
En un arrebato de locura, quemas tus últimas fuerzas y corres corres erráticamente y sin dejar huellas. Te detienes muy pronto y te quedas inmóvil... solo un punto negro inmóvil en la hoja en la que pensaba escribir no se que banalidad. Crees que te has convertido en roca y así permaneces…
Pero la vida y sus concomitancias es tan extraña y caprichosa.

Extiendo mi mano buscando una lapicera.
Veo algo en la hoja. Un punto, algo negro.
Me asombro sin asombrarme y sin pensarlo te alejo, te corro, te tomo en mi mano, ignorando el desahucio de tu pequeña naturaleza.
Te tomo, te muevo y te conduzco desinteresado hacia una maceta repleta de verdes, marrones y negros...
Tu desierto ha terminado…
Diego A. Marino