Lento camina, suavemente por 5 entre 51 y 53.
Camina con la mirada perdida en la nada o el cielo.
Mira de reojo la imponente fachada de la casa de gobierno
y la brisa suave acaricia su rostro y hace volar su pelo como ceniza.
La rutina, el tedio y el absurdo social hacen que sus parpados pesen
cierra los ojos por un momento
y detrás de ese telón de noche
se detiene un momento.
Frota sus sienes pétreas y hundidas
con la suavidad ostentosa
con la que se desliza un pétalo de jazmín perfecto
por la escarpada superficie de marfil y porcelana blanca
de la espalda, desnuda, de una dama.
Dos o tres destellos azulados y aislados
irrumpen como rayos, furtivos y fugaces,
desgarrando la oscuridad como abismo
en la que inmerso se encuentra.
Nota el cansancio del jornal completo,
el inminente ocaso,
intuido en las nubes, el cambio en la luz y en los ruidos,
insiste en recordárselo.
Una línea de luz comienza a filtrarse,
y crece crece hasta convertirse en todo un paisaje,
el paisaje de regreso por calle 5.
Retoma sus pasos de acero sobre el imantado piso.
Decide escuchar con atención
y el trino vespertino de las aves le conmueve.
Se pregunta si es en verdad maravilloso
o el casi milagro es sólo la interpretación que hace su alma,
sensibilizada y frágil de austeridad y años,
de algo que carece de belleza.
Luego de dos segundos de profunda reflexión
decide que tal vez este asunto no sea relevante,
y se decide a esbozar una lágrima…
sólo una, pequeñita y de cristal de cielo.
Sigue sus pasos
que a esta altura se limitan a un burdo y tosco arrastrar desganado y asimétrico.
Piensa que si no pone voluntad la erosión le dejará descalzo.
Lo intenta… pero prefiere que sigan reptando.
Ve a su derecha una peluquería
y aleja rápidamente la vista…
Pronto una música metálica y ruidosa
invade sus sentidos que responden con inercia mercurial.
Escucha una voz femenina que grita,
en un idioma inentendible
para esta persona
y para esta altura del día y de la vida.
Mira por una indiscreta ventana indiscretamente,
con los párpados semicaidos
y observa a un grupo de mujeres saltando al son de esos neologismos.
Quiere tirarse quiere descansar…
pero comprende que ésto sólo retrasará el descanso merecido.
Nuevamente la brisa, que seca el sudor de su frente
de su pecho y le renueva.
Un aroma a tilo platense inunda sus vías respiratorias,
tan denso que casi le da un broncoespasmo.
-Hasta respirar resulta riesgoso hoy en día- Se dice un poco escéptico de gris y canas.
Pronto, un cartel blanco con dibujos rojos se imprime en su retina.
El brillo enfermizo le obliga a parpadear.
Se detiene, enclenque,
intenta leer y nuevamente jeroglíficos inentendibles.
Estos ojos ya cansados se desorientan con tantos colores.
-Debe ser la presbicia o la diabetis-
Se dice mirando sus manos huesudas
y con manchas ocres.
La piel delgada y transparente
deja ver las azules autopistas que conducen a su corazón.
Mueve su muñeca que crepita,
el manejo desganado e irregular del bastón le han dado reuma.
Sigue unos pasos y los dolores parecen multiplicarse.
Su rodilla izquierda le hinca ferozmente y casi le hace caer.
Con su mano libre, la frota
y mira al cielo con sus ojos vidriosos y hundidos,
a través de unos anteojos verde botella.
Parece elevar una plegaria… puede ser que maldiga…
Sigue sigue.
De repente… tan de repente como un paso.
Todo se vuelve gris.
Mira a su lado y ve las aberturas de su caja de joven.
Mira a su lado y ve los balcones que supo frecuentar.
Mira a su lado y ve el concreto labrado que tanto le maravillo.
El reuma afloja la mordida
y como sus recuerdos en blanco y negro
no requieren demasiada agudeza visual,
también olvida la presbicia.
Mira sus manos, las recuerda jóvenes y radiantes.
Recuerda su mirada anhelante mirando al cielo sin maldecir.
Recuerda su cuerpo terso y desnudo
semicubierto de sábanas
abrazando eternamente a una mujer gris,
radiante e irisada, con gusto brisa suave con algo de tormenta.
Una lágrima vuelve a aventurarse por su mejilla cuarteada, que no ha cambiado.
Sigue sus pasos, y sus tiempos.
Recuerda su lozanía y su felicidad,
extiende su mano intentando alcanzarla,
pero esta se difumina y se esparce.
De pronto, tan de pronto como un paso.
Todo vuelve a la normalidad.
Vuelve el reuma, las manos huesudas y coloridas,
el cuerpo enclenque con el bastón como columna.
Sigue sigue
y pronto llega a su departamentito moderno y aislado,
anónimo y olvidado.
Allí se detendrá, sentado o parado, a contemplar
como la vida transcurre, colorida y brillante.
Allí se sentará a esperar el periódico anacronismo que le hace feliz
o le recuerda que fue feliz, ya lo ha olvidado.
Es ese paso el que le transporta a sus años de mocedad,
y es ese otro el que le regresa a su ancianidad.
Un anacronismo en calle 5,
como una puerta,
como un umbral, apenas,
que separa el ayer casi intacto y el hoy desgastado y turbio.
Como un simulacro de viaje en el tiempo,
como un ayuda memorias para los que han olvidado
o quieren olvidar…
Un anacronismo en calle 5…
Diego A. Marino