15 de diciembre de 2012

botella al mar...



Sabido es que se hacen locuras y estupideces por amor: tal vez las únicas justificadas y nobles.

Vellmount, por ejemplo, tiraba una botella al mar cada día en la forma de pequeños papelitos que llegaban a su destino, Bárbara Simini, por las vías menos esperadas.
En el papelito una frase resumía un concepto charlado, una complicidad compartida o un simple halago a la solemne belleza de la morocha.
Vellmount había sobrevivido a los labios de Bárbara, como lo había anticipado Luciano. Sin embargo, como es sabido, no se sale ileso de tales empresas.

El pobre diablo, ya con el amor hecho pedazos, realizó puntual y voluntariamente dicha tarea por años y años con la esperanza de que llegaran a Bárbara y ella sonriera... ya que su sonrisa era su esperanza.

Cuando ella se alejó, y los papelitos comenzaron a acumularse en los cajones de Hernán, éste comenzó a tirarlos al viento o al agua con la esperanza de que las corrientes los llevaran a destino. Había olvidado, quizás por amor, la indolencia de la naturaleza.

Hay quienes recuerdan algunas tardes de diciembre en las que el cielo se nublaba súbitamente y los niños jugaban, girando y girando, bajo aquella lluvia de papeles.