11 de agosto de 2012

Los marcadores de Tellería

los marcadores de Tellería

Abrió un libro añejo y encontró una foto. Los colores habían perdido su jovial intensidad, habían cambiado virando sus matices a tonos azulados y amarillentos. En el papel se veían algunos rasguños y zonas en las que la tinta parecía haberse descascarado, justo en las esquinas que es donde suele plegarse un papel dentro de un libro. El marco blanco había adquirido un tímido tinte amarillo. Si, como lo supone: la foto había envejecido. 
Se observaba a un hombre de unos treinta años parado sobre el ala de un monoplano, reposando su peso sobre el codo apoyado en la cabina del aparato. 
Si uno se colma de una sensación grata, aunque indescriptible, al encontrar algo tan insignificante como una módica cantidad de dinero en el bolsillo de una campera poco usada, imagínese la emoción que sintió al encontrar aquella foto. 
La había olvidado por completo. Y también la historia tras la misma. 
Frente a sus ojos la foto volvió a mutar, se colmó de colores radiantes, de sonidos, voces, sensaciones y olores que trajeron a flor de piel aquella escena del pasado, que volvió a ser presente. 
Lloró, tal vez, un poco. 
Tuvo una idea simple, colmada de nostalgia y belleza, como todo él. 
Ya no dejaría librados al azar aquellos encuentros. Fue abriendo cada libro y sembrando entre sus páginas una foto. Para que al releer o al mudar, el pasado vuelva a ser presente. 

Posteriormente y con la práctica comprendió que una pequeña leyenda en el dorso (por ejemplo fecha y lugar donde fue tomada) y una frase representativa del momento facilitaban y enriquecían el proceso mnésico. 

Llevó esto más allá y sembró fotos en los libros, manuales y libretas de sus amigos. En cierta oportunidad Vellmount estaba declarando por un suceso de naturaleza turbia, frente a un agente federal que desbordaba seriedad, en un ámbito cuyo aire podía cortarse con un bisturí de tan denso y espeso. Al sacar su DNI cayó un papel. Levantó la foto de un niño, con una leyenda: 

¡Creer! He allí toda la magia de la vida *

Ante la estupefacción del milico, Hernán, estalló en risa para luego ser abordado por un llanto incontenible, tan nostálgico y dulce como el recuerdo de la propia niñez. 

Dr. Roberto Lambertucci

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*Esta frase abre "El hombre que está solo y espera" de Scalabrini Ortiz.