El silencio y la paz del sueño fueron abruptamente interrumpidos. De pronto se despertó, con una explosión. En un segundo un viento helado lo abordó y sintió como el ruido de una lluvia de vidrio molido se derramaba sobre su cuerpo y como las gotas se iban clavando en su frente, en el dorso de sus manos y en todo su cuero cabelludo. Aun en el ensueño y sin comprender vio que tres personas enajenadas y asustadas, dirigiéndose a él, le preguntaban cómo estaba. Se mantuvo calmo, por profesión, casi no se sobresaltó, se autoexaminó mentalmente: estaba bien. Sin embargo imaginó su rostro cuarteado y desgarrado por los fragmentos de vidrio. Preguntó, no sin cierta frialdad, a uno de las personas que lo interrogaban si tenía cortes en la cara. Ante la respuesta afirmativa pasó su mano por la frente, algunas astillas lastimaron sus dedos: era apenas un rasguño que casi no sangraba. Los párpados cerrados habían protegido sus ojos de los pequeños fragmentos, suerte que no había tenido otro de los pasajeros. El costera continuo unos metros, parando después para hacer un cambio de micro.
Mira la sangre en la yema de sus dedos y los raspones en el dorso de sus manos, se sume en reflexiones poco felices... ya no pudo dormirse.