22 de abril de 2012

Los tréboles de 4 hojas no existen...

los tréboles de cuatro hojas no existen...

Estimada Laura:

Ante todo quisiera presentarme. Mi nombre es Hernán Vellmount. Usted no me conoce, yo la conozco apenas... lo que desde un punto de vista estricto es igual a la misma nada.
Hoy le escribo porque se me ha encomedado una tarea que se relaciona con usted.
No se asuste (ni alguno de sus adjetivos que utilice con regularidad), al menos no por esto... nadie está planeando su muerte inmediata ni su desaparición. Al contrario, intuyo buenas intenciones en el bastardo que me ha contactado.
Lo cierto es que subestimé lo que se me estaba pidiendo y sucedió que al momento de dar cumplimiento a lo pactado me vi imposibilitado de hacerlo... o quizás lo hice con creces... ¿quién puede saberlo?
Este sujeto indeseable se acercó, casi desorbitado, mientras me encontraba con mis amigos en un antro de La Punta, y tomándome de la camisa, se lo notaba desesperado, me dijo:

- Busqué por todos lados, Vellmount... pero no  pude encontrarlo... no pude encontrarlo...

Yo sin entender y con incrédula mirada, pregunté:

- ¿Que fué lo que nuestro amigo no ha encontrado?... si se digna a decirnos tal vez podamos ayudarlo.

Se notó cierto alivio en la respiración y en la mirada, se sentó en la barra y pidió un agua sin gas.

- Mire Vellmount, lo cierto es que necesito encontrar un trebol de cuatro hojas y he revisado cada yuyo a mi alcance y no he podido dar con uno - Dijo en un suspiro - y el tedio de tan ardua tarea me ha llevado a pensar en su inexistencia.

No dió más detalles y ante tamaña empresa y el misterio que tras ella se entreveraba, sin preguntar, decidimos adherirnos a su causa.

Como ya podrá deducir de mis palabras, los esfuerzos colectivos fueron en vano. No dimos con un mísero trébol de cuatro hojas.
Por un momento pensamos en esas plantas cuyos tréboles poseen, todos, 4 foliolos... sin embargo esa trampa lejos está de satisfacer la metáfora del ejemplar único, casi imposible, que según la tradición atrae el buen augurio.
Barrimos campo por campo, valle por valle, jardín por jardín... incluso hurgamos en cada maseta de barrio[1]... pero nada, solo dimos con bellísimos ejemplares de 3 hojas, algunos con 2 e incluso otros de 17 hojas... pero ni uno solo de 4 hojas.

Comenzó a intuirse la noche en el canto de las aves y otras ponzoñas.
La desesperación del fulano nos empezaba a morder los talones y amenazaba con invadirnos hasta socavar nuestra ya tambaleante cordura.
El tiempo, lejos de detenerse, volaba y la hora del regreso amenazaba con dejar frustra la tarea que de tan buen gusto habíamos aceptado.

Sin embargo algo sucedió...[2]


















Veo que decidió creer... bien por Ud.
Continuemos. ¿Dónde habíamos quedado? Ya recuerdo:

...Sin embargo algo sucedió...
Dimos con una metáfora. Óigame, que no digo que levantamos una piedra y allí estaba escrito ese párrafo revelador. Claro que no.
Sucedió, que mientras recorríamos uno de los campos, nos perdimos en un bosque cuya arboleda tan densa y tupida, como brotada del mismísimo infierno, apenas dejaba pasar la luz del sol y la oscuridad más absoluta nos abordó de pronto.[3]
Caminamos casi a tientas. Como suele suceder en estas situaciones comenzamos a escuchar ruidos que amenazaban con atemorizarnos, ramas y hojas que crujían detrás nuestro en la oscuridad, pasos violentos y lejanos que súbitamente desaparecían, respiraciones jadeantes sin fuente alguna, pequeños destellos pares en la oscuridad que sin duda eran ojos que nos miraban con una atención casi diabólica, chillidos de mil demonios nocturnos que se regocijaban con el viscoso aroma de nuestro temor, sombras sin dueño que se sacudían y contorsionaban en quién sabe qué danzas rituales. [4]

Un escalofrío se coló por nuestra piel y cuarteó nuestros huesos. Cuando ya estábamos a punto de colapsar de tanto espanto apareció, ante nosotros, un anciano, vestido con una ancestral túnica blanca con capucha[5], que llevaba atada a la cintura con una soga gruesa. Sus barbas blancas reflejaban el brillo metálico de la luna y el resplandor del río próximo, reflejando al mismo astro nocturno, generaba en torno suyo un resplandor que bien podría ser confundido con un aura conmovedora.[6]

Un silencio de ultratumba nos abarcó, el viento dejó de soplar, el río se detuvo y los pares de ojos se desprendieron de sus respectivas parejas y comenzaron a girar en torno al mago de blancas barbas[7]:

- Usted, Vellmount, está encaminado en una búsqueda noble... - Sentenció el viejo.

- Si usted lo dice... - dije mientras hacía una reverencia involuntaria.

- Así es, mi querido Hernán, pero está buscando mal... de ahí sus nefastos resultados - dijo con una sonrisa socarrona.

Lo cierto es que el horno no estaba para bollos... por lo que respondí:

- Muy melódicas sus palabras, abuelo, pero podría prescindir de ellas e ilustrarnos en nuestro supuesto error que, a entender por esa risita de mierda irónica, ha de ser tan evidente para usted.

- Es sencillo, Vellmount... la naturaleza es sabia...

- Y también bastante hija de puta de una indolencia impiadosa - Hizo notar Lescano que estaba tiritando del julepe.

El mago no pudo sostener la carcajada. Todos rieron.

- He aquí la respuesta... todos los tréboles...

- ¿Cómo carajo supo que buscábamos tréboles, Vellmount, éste viejo es el propio diablo? ¿por qué no dejamos la formalidad de todo protocolo y rajamos? - preguntó Lescano que se aventuraba a salir disparando.

- Soy un mago, Lescano... o también pueden creer que solo soy un viejo con una metáfora que casualmente les viene como anillo al dedo... como gusten de creer. Es indistinto, porque soy apenas una circunstancia.

Y continuó:

- Como les decía, la metáfora del trébol de cuatro hojas es real, pero imprecisa... ya que no existen tales ejemplares... o mejor dicho todos los tréboles son de cuatro hojas.

- Vuelva con sus oximorones al geriátrico del que se escapó, viejo de mierda entrañable abuelo - Soltó Lescano mientras a olímpico trote retomaba la vuelta.

- Todos los tréboles son de cuatro hojas - prosiguió el mago- pero la sabiduría máxima ha decidido, para nuestro bien y para protección de la magia más bella y noble, distribuirlos ampliamente pero con la particularidad de que los ha sembrado incompletos, con solo tres hojas. - dijo con voz solemne y no sin cierto goce.

- Y aquí viene la verdadera magia, Sr. Vellmount... - agregó casi en un susurro - ¿Ha notado la forma de las hojas de un trébol?

Permanecí en silencio.

- ¿Ha notado que las hojas de un trébol tienen la forma de un corazón humano? La metáfora solo se cumple y el buen augurio tiene lugar solamente cuando el trébol está completo... y aquí lo maravilloso, repito: la cuarta hoja, el cuarto corazón lo pone el portador de cada trébol de la suerte. Es él, y no el arbusto, el portador del buen augurio. La suerte está en el corazón de cada hombre, y no depende de una circunstancia externa como una piedra, una pulserita o un yuyo de mierda morondanga...

- Veo, por el brillo de sus ojos, que me ha entendido, Vellmount. - agregó con una sonrisa de inmensurable ternura.

- Cada hombre es su propia suerte, eso es, esa es la verdad detrás de los tréboles de cuatro hojas y la verdadera hazaña, el verdadero milagro, no es dar con un ejemplar imposible del mismo, sino en emprender la ardua, pero satisfactoria, tarea de aportar cada día nuestra magia y completar con nuestro corazón uno de los tréboles de tres hojas.

Dicho esto, se acercó, puso un papelucho plegado en mi mano y luego desapareció sin dejar rastro alguno.[8]










Despertamos y el sol deslumbraba nuestros ojos. Decidimos creer que había sido un mal sueño o un delirio inducido por un poco de cabernet sauvignon en mal estado o por el exceso de uno en muy buen estado, vaya uno a saber. Con el tiempo éste episodio quedó en el olvido más remoto.

Un papel plegado, que ahora le entrego, me recuerda que la suerte está en el corazón de cada hombre.



Hernán Vellmount



[1] Inquietando la rústica paz de las vecinas de barrio que, ante lo ciclópeo de nuestra empresa, y con un altruismo fingido no dudaron en sobornarnos con elegantes malvones, jazmines, rosas chinas, todo tipo de propuestas indecorosas y soberbias lavandas... fuimos rotundos y severísimos: pueden meterse sus propuestas y malvones en el orto agradecemos el gesto noble y desinteresado de su parte, señoras, pero buscamos un trébol de cuatro hojas y el buen augurio que trae consigo.
[2] Lo cierto, Srta., es que también podría creer que todo lo que sigue es una mera ficción, y que fue inventado con la sola intención de colmar de sentido y metáfora a nuestro ejemplar fracaso en encontrar un trébol de cuatro hojas... quién sabe. Usted decide si creer o no creer... si decide no creer, le pido que olvide todo ésto y rompa en mil pedazos esta carta que jamás le ha llegado, yo nunca la habré contactado y todo habrá sido un mal sueño producto, quizás, de una indigestión... de lo contrario, si decide creer, continúe leyendo y los hechos de tan reales se volverán tangibles.
[3] También podría ser que se hizo de noche y ésta oscuridad repentina, atribuída a una densa y proverbial vegetación fue su consecuencia esperada y natural... prefiero creer lo contrario.
[4] Es cierto que algunos desconfiados y escépticos, a los que hemos referido con emoción lo vivido, nos han hecho ver, con tentadora certeza, que los pasos violentos podrían ser nuestros mismos pasos y que desaparecían al detenernos a escuchar. Que las hojas y ramas crujían bajo esos mismos pasos, ya referidos. La respiración jadeante era el asma de un Fabricio agitado. A las danzantes sombras las relacionaron con las ramas agitadas por un viento que no recuerdo y a la imagen distorsionada, una mala pasada de nuestros sentidos embriagados y exaltados por el dulce nectar de la adrenalina corriendo por nuestras venas. Con respecto a los mil ojos acusantes y penetrantes hablaron de luciérnagas, fenómenos de reflexión, ovnis, desencajadas auroras boreales y piedras espejadas. Los ruidos y chillidos, obviamente, fueron obtusamente atribuidos al canto de las aves nocturnas y otras miserables ponzoñas que se deleitan cantando a la madre noche y con nuestro mortecino tormento. Sin embargo, prefiero creer lo contrario.
[5] Lo cierto es que también podría tratarse de una sábana blanca... por las imperfecciones de una memoria expuesta al miedo jamás podremos saberlo...
[6] Los mismos escépticos, antes mencionados, al referirles al anciano coincidieron y no dudaron en aceptar que se trataba de un mago blanco. Yo prefiero creer que era un anciano que había recibido y aceptado con humildad la lección de una larga y austera vida.
[7] - Para éste fenómeno no tenemos explicación racional alguna, por eso somos categóricos y no dudamos en clasificarlo de absurdo e irreal y al mismo creemos que es de la mayor contundencia por lo cual resulta de la credibilidad más tangible - sentenciaron estos adustos señores.
[8] O se fue rajando, a los saltos, con el culo al aire mostrando su lívida desnudez bajo la sábana y se escondió detrás de unos arbustos, no hay diferencia... o tal vez si la haya.