Estimada Laura:
Ante todo
quisiera presentarme. Mi nombre es Hernán Vellmount. Usted no me conoce, yo la
conozco apenas... lo que desde un punto de vista estricto es igual a la misma
nada.
Hoy le escribo
porque se me ha encomedado una tarea que se relaciona con usted.
No se asuste (ni alguno de sus
adjetivos que utilice con regularidad), al menos no por esto... nadie está
planeando su muerte inmediata ni su desaparición. Al contrario, intuyo buenas
intenciones en el bastardo que me ha contactado.
Lo cierto es
que subestimé lo que se me estaba pidiendo y sucedió que al momento de dar
cumplimiento a lo pactado me vi imposibilitado de hacerlo... o quizás lo hice
con creces... ¿quién puede saberlo?
Este sujeto indeseable
se acercó, casi desorbitado, mientras me encontraba con mis amigos en un antro
de La Punta, y tomándome de la camisa, se lo notaba desesperado, me dijo:
- Busqué por
todos lados, Vellmount... pero no pude
encontrarlo... no pude encontrarlo...
Yo sin
entender y con incrédula mirada, pregunté:
- ¿Que fué lo
que nuestro amigo no ha encontrado?... si se digna a decirnos tal vez podamos
ayudarlo.
Se notó cierto
alivio en la respiración y en la mirada, se sentó en la barra y pidió un agua
sin gas.
- Mire
Vellmount, lo cierto es que necesito encontrar un trebol de cuatro hojas y he
revisado cada yuyo a mi alcance y no he podido dar con uno - Dijo en un suspiro
- y el tedio de tan ardua tarea me ha llevado a pensar en su inexistencia.
No dió más detalles
y ante tamaña empresa y el misterio que tras ella se entreveraba, sin
preguntar, decidimos adherirnos a su causa.
Como ya podrá
deducir de mis palabras, los esfuerzos colectivos fueron en vano. No dimos con
un mísero trébol de cuatro hojas.
Por un momento
pensamos en esas plantas cuyos tréboles poseen, todos, 4 foliolos... sin
embargo esa trampa lejos está de satisfacer la metáfora del ejemplar único,
casi imposible, que según la tradición atrae el buen augurio.
Barrimos campo
por campo, valle por valle, jardín por jardín... incluso hurgamos en cada
maseta de barrio[1]...
pero nada, solo dimos con bellísimos ejemplares de 3 hojas, algunos con 2 e
incluso otros de 17 hojas... pero ni uno solo de 4 hojas.
Comenzó a
intuirse la noche en el canto de las aves y otras ponzoñas.
La
desesperación del fulano nos empezaba a morder los talones y amenazaba con
invadirnos hasta socavar nuestra ya tambaleante cordura.
El tiempo,
lejos de detenerse, volaba y la hora del regreso amenazaba con dejar frustra la
tarea que de tan buen gusto habíamos aceptado.
Veo que decidió creer... bien por Ud.
Continuemos.
¿Dónde habíamos quedado? Ya recuerdo:
...Sin embargo
algo sucedió...
Dimos con una
metáfora. Óigame, que no digo que levantamos una piedra y allí estaba escrito
ese párrafo revelador. Claro que no.
Sucedió, que mientras recorríamos
uno de los campos, nos perdimos en un bosque cuya arboleda tan densa y tupida,
como brotada del mismísimo infierno, apenas dejaba pasar la luz del sol y la
oscuridad más absoluta nos abordó de pronto.[3]
Caminamos casi a tientas. Como
suele suceder en estas situaciones comenzamos a escuchar ruidos que amenazaban
con atemorizarnos, ramas y hojas que crujían detrás nuestro en la oscuridad,
pasos violentos y lejanos que súbitamente desaparecían, respiraciones jadeantes
sin fuente alguna, pequeños destellos pares en la oscuridad que sin duda eran
ojos que nos miraban con una atención casi diabólica, chillidos de mil demonios
nocturnos que se regocijaban con el viscoso aroma de nuestro temor, sombras sin
dueño que se sacudían y contorsionaban en quién sabe qué danzas rituales. [4]
Un escalofrío se coló por nuestra
piel y cuarteó nuestros huesos. Cuando ya estábamos a punto de colapsar de
tanto espanto apareció, ante nosotros, un anciano, vestido con una ancestral
túnica blanca con capucha[5],
que llevaba atada a la cintura con una soga gruesa. Sus barbas blancas
reflejaban el brillo metálico de la luna y el resplandor del río próximo,
reflejando al mismo astro nocturno, generaba en torno suyo un resplandor que
bien podría ser confundido con un aura conmovedora.[6]
Un silencio de ultratumba nos
abarcó, el viento dejó de soplar, el río se detuvo y los pares de ojos se
desprendieron de sus respectivas parejas y comenzaron a girar en torno al mago
de blancas barbas[7]:
- Usted, Vellmount, está
encaminado en una búsqueda noble... - Sentenció el viejo.
- Si usted lo dice... - dije
mientras hacía una reverencia involuntaria.
- Así es, mi querido Hernán, pero
está buscando mal... de ahí sus nefastos resultados - dijo con una sonrisa
socarrona.
Lo cierto es que el horno no
estaba para bollos... por lo que respondí:
- Muy melódicas sus palabras,
abuelo, pero podría prescindir de ellas e ilustrarnos en nuestro supuesto error
que, a entender por esa risita de mierda irónica, ha de ser tan evidente
para usted.
- Es sencillo, Vellmount... la
naturaleza es sabia...
- Y también bastante hija de
puta de una indolencia impiadosa - Hizo notar Lescano que estaba tiritando
del julepe.
El mago no pudo sostener la
carcajada. Todos rieron.
- He aquí la respuesta... todos
los tréboles...
- ¿Cómo carajo supo que
buscábamos tréboles, Vellmount, éste viejo es el propio diablo? ¿por qué no
dejamos la formalidad de todo protocolo y rajamos? - preguntó Lescano que se
aventuraba a salir disparando.
- Soy un mago, Lescano... o
también pueden creer que solo soy un viejo con una metáfora que casualmente les
viene como anillo al dedo... como gusten de creer. Es indistinto, porque soy
apenas una circunstancia.
Y continuó:
- Como les decía, la metáfora del
trébol de cuatro hojas es real, pero imprecisa... ya que no existen tales
ejemplares... o mejor dicho todos los tréboles son de cuatro hojas.
- Vuelva con sus oximorones al
geriátrico del que se escapó, viejo de mierda entrañable abuelo - Soltó
Lescano mientras a olímpico trote retomaba la vuelta.
- Todos los tréboles son de
cuatro hojas - prosiguió el mago- pero la sabiduría máxima ha decidido, para
nuestro bien y para protección de la magia más bella y noble, distribuirlos
ampliamente pero con la particularidad de que los ha sembrado incompletos, con
solo tres hojas. - dijo con voz solemne y no sin cierto goce.
- Y aquí viene la verdadera
magia, Sr. Vellmount... - agregó casi en un susurro - ¿Ha notado la forma de
las hojas de un trébol?
Permanecí en silencio.
- ¿Ha notado que las hojas de un
trébol tienen la forma de un corazón humano? La metáfora solo se cumple y el
buen augurio tiene lugar solamente cuando el trébol está completo... y aquí lo
maravilloso, repito: la cuarta hoja, el cuarto corazón lo pone el portador de
cada trébol de la suerte. Es él, y no el arbusto, el portador del buen augurio.
La suerte está en el corazón de cada hombre, y no depende de una circunstancia
externa como una piedra, una pulserita o un yuyo de mierda morondanga...
- Veo, por el brillo de sus ojos,
que me ha entendido, Vellmount. - agregó con una sonrisa de inmensurable
ternura.
- Cada hombre es su propia
suerte, eso es, esa es la verdad detrás de los tréboles de cuatro hojas y
la verdadera hazaña, el verdadero milagro, no es dar con un ejemplar imposible
del mismo, sino en emprender la ardua, pero satisfactoria, tarea de aportar
cada día nuestra magia y completar con nuestro corazón uno de los tréboles de tres
hojas.
Dicho esto, se acercó, puso un
papelucho plegado en mi mano y luego desapareció sin dejar rastro alguno.[8]
Despertamos y el sol deslumbraba
nuestros ojos. Decidimos creer que había sido un mal sueño o un delirio
inducido por un poco de cabernet sauvignon en mal estado o por el exceso de uno
en muy buen estado, vaya uno a saber. Con el tiempo éste episodio quedó en el
olvido más remoto.
Un papel plegado, que ahora le
entrego, me recuerda que la suerte está en el corazón de cada hombre.
Hernán Vellmount
[1] Inquietando la rústica paz de las
vecinas de barrio que, ante lo ciclópeo de nuestra empresa, y con un altruismo
fingido no dudaron en sobornarnos con elegantes malvones, jazmines, rosas
chinas, todo tipo de propuestas indecorosas y soberbias lavandas... fuimos
rotundos y severísimos: pueden meterse sus propuestas y malvones en el orto agradecemos
el gesto noble y desinteresado de su parte, señoras, pero buscamos un trébol de
cuatro hojas y el buen augurio que trae consigo.
[2] Lo cierto, Srta., es que también podría creer que
todo lo que sigue es una mera ficción, y que fue inventado con la sola
intención de colmar de sentido y metáfora a nuestro ejemplar fracaso en
encontrar un trébol de cuatro hojas... quién sabe. Usted decide si creer o no
creer... si decide no creer, le pido que olvide todo ésto y rompa en mil
pedazos esta carta que jamás le ha llegado, yo nunca la habré contactado y todo
habrá sido un mal sueño producto, quizás, de una indigestión... de lo
contrario, si decide creer, continúe leyendo y los hechos de tan reales se
volverán tangibles.
[3] También podría ser que se hizo de
noche y ésta oscuridad repentina, atribuída a una densa y proverbial vegetación
fue su consecuencia esperada y natural... prefiero creer lo contrario.
[4] Es cierto que algunos desconfiados y
escépticos, a los que hemos referido con emoción lo vivido, nos han hecho ver,
con tentadora certeza, que los pasos violentos podrían ser nuestros mismos
pasos y que desaparecían al detenernos a escuchar. Que las hojas y ramas
crujían bajo esos mismos pasos, ya referidos. La respiración jadeante era el
asma de un Fabricio agitado. A las danzantes sombras las relacionaron con las
ramas agitadas por un viento que no recuerdo y a la imagen distorsionada, una
mala pasada de nuestros sentidos embriagados y exaltados por el dulce nectar de
la adrenalina corriendo por nuestras venas. Con respecto a los mil ojos
acusantes y penetrantes hablaron de luciérnagas, fenómenos de reflexión, ovnis,
desencajadas auroras boreales y piedras espejadas. Los ruidos y chillidos,
obviamente, fueron obtusamente atribuidos al canto de las aves nocturnas y
otras miserables ponzoñas que se deleitan cantando a la madre noche y con
nuestro mortecino tormento. Sin embargo, prefiero creer lo contrario.
[5] Lo cierto es que también podría
tratarse de una sábana blanca... por las imperfecciones de una memoria expuesta
al miedo jamás podremos saberlo...
[6] Los mismos escépticos, antes
mencionados, al referirles al anciano coincidieron y no dudaron en aceptar que
se trataba de un mago blanco. Yo prefiero creer que era un anciano que había
recibido y aceptado con humildad la lección de una larga y austera vida.
[7] - Para éste fenómeno no tenemos
explicación racional alguna, por eso somos categóricos y no dudamos en
clasificarlo de absurdo e irreal y al mismo creemos que es de la mayor
contundencia por lo cual resulta de la credibilidad más tangible - sentenciaron
estos adustos señores.
[8] O se fue rajando, a los saltos, con
el culo al aire mostrando su lívida desnudez bajo la sábana y se escondió
detrás de unos arbustos, no hay diferencia... o tal vez si la haya.