Detuvieron la ford en la parte más alta del camino de las sierras con la excusa de admirar el paisaje y hacer unas fotos.
Una pendiente empinaba, a pocos pasos de la ruta, daba origen y anunciaba el precipicio. A lo lejos podían verse las cimas de las montañas más bajas, cubiertas por arbustos que le daban el aspecto de una alfombra verde amarronada, suave y mullida que cubría cada céntimetro de ladera.
Los colores parecían no mezclarse y adoptaban una distribución más bien parcheada, a la que contribuían fragmentos iluminados por el sol y otros que quedaban sumidos en la penumbra.
Nubes blancas cubrían la parte superior de las cimas más altas y se deslizaban sobre su falda con un movimiento larvado y arremolinado. Dos o tres veces cubrieron la ruta y la camioneta se perdió momentaneamente en su denso seno.
El silencio era apenas interrumpido por una ventizca suave que apenas despeinaba.
El primero en bajar fue Vellmount, que venía dormitando o reflexionando en la caja de la camioneta junto con dos provincianos que habían levantado mientras hacían dedo y que iban camino a San Luis. Lo siguieron Carlos, Adolfo y quien ahora escribe.
Recrearon un buen rato la vista con el paisaje de ensueño. Tellería hizo unas tomas y preparó el trípode para hacer una foto grupal.
Se dispusieron a partir, Vellmount se acercó al conductor, nuevamente Tellería y le dijo:
- Aguantame un momento que tengo que solucionar unos asuntos que no admiten demora alguna...
- Vos me entendés - Agregó giñando el ojo derecho.
Tellería asintió con la cabeza y apagó el motor.
Con un salto más osado que ágil salto el guardarrail y cayó en la pendiente que precedía al precipicio. Allí se acomodó como pudo y se detuvo en observar una planta de cardos sobre la que revoloteaban algunas mariposas y varios abejorros con lomo amarillo, cargado de polen.
Una planta se movió en la proximidad, sacudida como si un animal de talle mediano, se la hubiese chocado. Dirigió la mirada hacia la fuente del sonido, aun se movía la planta, pero no pudo ver nada.
Siguió observando. Tomó uno de las flores de cardo por el tallo. Sintió como una de las espinas atravesaba su piel y se dispuso a tolerar el ardor que sigue al pinchazo con espinas de rosas o de cardos.
Sacó un cortaplumas y dejó sobre una roca un paño de lino. Cuando se disponía a cortar una de las flores el arbusto volvió a sacudirse.
Al principio se estremeció en un solo escalofrío. Pero luego de reflexionar:
- Nogueira, que te parió, casi me matás del susto... - Dijo sonriendo
- No te parece maravillosa la flor de cardo, a mi no deja de inspirarme toda esa elegancia, por momentos altiva, conviviendo con su rústica belleza... Por otro lado, la austeridad del terreno en el que crecen... es como si compensaran la carencia de agua, la soledad más hostil, con belleza... en parte así somos los seres humanos, buscamos la forma de crecer a partir de nuestras carencias y eso nos enriquece.
Cortó dos de las flores, una abierta y otra cerrada y las envolvió prolijamente en el lino y las guardó en su mochila.
6 años antes
Golpeaba, Vellmount, una puerta de casa.
Se escucha una voz de mujer:
- ¿Quien es?
Hernán, amparado por la oscuridad, no responde y vuelve a golpear, con una cadencia particular.
Laura abre la puerta.
- Vos estás loco, no?... es una pregunta retórica porque ya se que lo estás... pero qué hacés a estás horas, pasá, querés.
Vellmount sin mediar palabras toma sus manos, pone entre ellas un paquete y de la misma forma se va sin mediar palabra.
Ella permanece inmóvil, no ha tenido tiempo de desconcertarse... permanece inmóvil en el umbral de la puerta con el regalo entre sus manos. Lo aprieta con delicadeza y siente un dolor agudo y una quemazón en uno de sus dedos.