Al despertar Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama
convertido en un monstruoso insecto
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La metamorfosis - Franz Kafka
La metamorfosis ha de ser, necesariamente,
un proceso de indecible sufrimiento
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Hernán Vellmount
Las funciones más complejas y refinadas las fue perdiendo poco a poco desde el principio. De esta forma, este refinado ser (un srto. inglés, como lo describe Magdalena), harto instruido y especializado, un lector empedernido de intereses misceláneos, con una retórica tan rica, tan exuberante y tan fecunda como poco veces he visto, poco a poco fue involucionando, se fue volviendo básico, tosco, rústico. Avanzado el proceso apenas emitía sonidos guturales inentendibles, al parecer había creado un lenguaje propio o bien había despertado un atavismo de sonidos y símbolos.
En el desarrollo del cerebro humano el lenguaje, su simbolismo y los movimientos finos y precisos, principalmente de las manos (pulgar) y la cara, como aquellos necesarios para manejar una herramienta o transmitir una emoción, constituyen un hito fundamental.
No es de sorprender que junto con su lenguaje también se fueran modificando otras funciones propiamente antropoides: siguió la función motora.
Su pasión, la biología y las especies más pequeñas, le requería movimientos finísimos y precisos, suaves, armónicos pero a la vez firmes, principalmente en los apéndices superiores, en las manos.
No es de extrañar que fuera brillante en el piano. Sus manos eran alargadas, con dedos estilizados y largos, pálidas, como de marfil.
Era flaco y alto. Nunca había sentido atracción, lógicamente, por los deportes por lo cual su desarrollo muscular era, cuando menos, pobre
Sus movimientos, es de entender, fueron cambiando y también se volvieron toscos, bruscos. Fue perdiendo los refinados movimientos de sus manos. Sus músculos axiales y proximales, principalmente de los muslos y piernas, comenzaron a desarrollarse llamativamente. La bestia se estaba volviendo un predador.
Era miope, lo cual puede haber influido en su introversión, en su ocupación por las tareas manuales y próximas, incluso puede haber influido en la elección de su profesión, en su rechazo al deporte y otras actividades que requieren una buena visión lejana, entre otros.
Fue sorprendente el día en que abandonó los anteojos.
En un idioma arcaico me dijo:
- Veo sin anteojos, Lambertucci
Sin embargo los cambios en el sistema visual fueron más allá. La hipermetropía fue reemplazando, poco a poco a la miopía, y su agudeza visual fue aumentando de forma llamativa.
La luz comenzó a molestarle, se sentía a gusto en ambientes oscuros. Finalmente su visión cromática fue disminuyendo y su agudeza visual era mayor de noche que de día: se había vuelto nictálope.
En la última etapa de su metamorfosis las funciones básicas fueron diezmadas. Lo poco que quedaba de Víctor estaba siendo devorado por la bestia. Lo más llamativo fue el cambio en su ritmo sueño/vigilia: dormía de día y estaba completamente despierto por la noche. Primero intentó luchar contra estos hábitos, inclusó probó con sedantes e hipnóticos, sin éxito. Luego lo fue aceptando, incluso empezó a sentir cierta fascinación por la noche. El que había sido un ser de luz, de la claridad, de los límites netos, se había vuelto un ser de la oscuridad, de la bruma y de los bordes difusos.
Yo realicé enormes esfuerzos por restaurar su ciclo sueño/vigilia, con la ilusa esperanza de que deteniendo ese cambio recuperaría a mi amigo, frenaría su metamorfosis.
Una voraz transformación estaba teniendo lugar, ajena a todo lo externo, tan profunda que no era influida por los fármacos o las palabras, ni siquiera el amor de su familia pudo con frenarla.
En una de sus últimas frases, al menos de las que pude comprender, me dijo con cierto tono burlón:
- Por qué te sorprendés, Lambertucci, la dissomnia es una virtud de todo nictálope.
No puedo evitar sentir una enorme tristeza, ternura y horror al escribir este informe. Informe al que me negué pero que el propio Víctor, al comprender la naturaleza del proceso que empezaba a vivir, me pidió que escriba:
- Por la ciencia, Lambertucci, hacelo por la ciencia - me dijo casi suplicando
Yo me resistía férreamente.
- Dónde está el hombre de ciencia, Lambertucci... si no lo hacés por la biología y la medicina, hacelo por nuestra amistad, hacelo por mi...
- Es lo último que te pido - agregó no sin cierto cinismo
Y se quedó mirándome fijamente, como exigiéndome un respuesta afirmativa.
Sentí como si se quebrara mi alma, pero accedí. Se lo prometí.
Ni Víctor ni yo comprendíamos que los cambios que experimentaba su biología afectaran tanto a los seres que lo rodeaban.
Le prometí describir su metamorfosis, pero es un peso insoportable para mi alma. Basta por hoy, estoy muy triste.
Dr. Roberto Lambertucci