14 de enero de 2013

Víctor Manuel Nogueira

Víctor Manuel Nogueira

Incluso los instintos requieren de una experiencia previa, que se transmite de generación en generación, de un individuo a otro aportándole cierta ventaja sobre el medio o a veces ciertos caprichos.
A veces con las pasiones o los gustos sucede algo similar.
El padre de Fabricio, Víctor Manuel Nogueira, era un naturalista innato.

Fue scout, en un grupo religioso que solía organizar campamentos en las inmediaciones de los lagos del sur argentino. Ahí se enamoró del Bolsón... y nos enamoramos.
Era un tipo noble, y por demás observador. Jamás mató un bicho.

Sus primeras descripciones de insectos, de su anatomía y biomecánica las realizó con trazos torpes entre los 4-5 años. Las primeras observaciones del comportamiento animal se remontan a su infancia tardía. A los 7-8 años estaba obsesionado con el comportamiento de las abejas y las hormigas.

Lamentablemente entró en la universidad y se deformó al doctorarse en biología. Se especializó, como se deduce, en comportamiento animal, en relaciones intra e interespecíficas y en ecosistemas.

Era un optimista ciego, cristiano ortodoxo si se quiere. Quizás por ese optimismo mal aplicado se decepcionó un millón de veces, volviéndose desconfiado y esquivo... finalmente escéptico con la raza humana.
La gran ciudad y su gente lo consumieron. El brío cientificista y la perversión de los valores humanos lo fueron desgastando, lo volvieron parco y retraído.

Finalmente las traiciones y las sinrazones lo hicieron alejarse, se recluyó en su casa de Palermo. Selló las ventanas y puso cerrojos en las puertas.
El aislamiento lo fue volviendo rústico en el trato y el lenguaje. Al final no podía comunicarme con él, creo que había ideado un lenguaje propio, que se basaba en sonidos guturales parecidos a los emitidos por los animales.

Fue descuidando su imagen personal, no se afeitaba ni se bañaba. Cuando lo cruzábamos por la casa, sólo salía del sótano por las noches, iba con la ropa raída, con desgarrados harapos. Era tan elegante, todo un señorito caballero inglés.

No solo cambió su voz, sus movimientos también cambiaron. Se volvieron lentos y medidos, armónicos, como ondulantes, pero por momentos se volvían rápidos, precisos, veloces... como un rayo.

A pesar de los cambios, su afecto por Fabricio se conservaba puro, y noble.
Cuando el niño se sentaba en su falda dejaba de ser una bestia y se convertía en el hombre maravilloso y tierno del que me enamoré.
Había decidido mostrarle la naturaleza, que ahora se estaba convirtiendo en su único mundo. También le mostraba cada uno de los seres vivos al pequeño “ Víctor”. Con cierta torpeza y rústico amor, día tras día en sus manos traía insectos, sapos, pájaros de todo tipo. Fabricio contemplaba esas porciones de naturaleza extasiado. Víctor se explayaba en descripciones, tan precisas y detalladas como ningún hombre podría hacer jamás. Le hablaba con pasión de su mundo, de sus nuevos amigos. Fabricio lo miraba con los ojos como soles, su admiración era absoluta.

Muchas noches, acampando en el patio de la casa, esas descripciones científicas eran su duermevela.
Fabri nunca sintió miedo, lo se.
No fue hasta el final de su metamorfosis, cuando totalmente fuera de si, se volvió violento. Una noche lo sorprendí acechando a cierto directivo corrupto de la facultad de ciencias biológicas, que había ensuciado un concurso por un cargo jerárquico:

- ¿Qué estás haciendo, Víctor? - le dije con firmeza y con la voz llena de amor.

Se dio vuelta con violencia. Sus ojos eran como una chispa encendida sacada del mismo infierno. Fue la primera vez que tuve miedo. Volvió a moverse y, como un rayo, emprendió la huida.

Yo di un paso torpe, mi pie se trabó con el cordón. Caí al piso y me golpeé la frente con un borde filoso, un banco tal vez.

Sintió el quejido y al volver yo lloraba desconsolada. Vio la sangre que rodaba por mi mejilla, vio mis lágrimas.

Hubo un quiebre.
Sus ojos recuperaron la ternura de antaño por un segundo. Pero inexorablemente volvió volvió el reptil y haciendo un chirrido de dolor se escurrió entre las sombras para siempre.


Se que se fue por amor. Para protegernos a Fabricio y a mi. Su amor, inmenso, ya no podía contener a la bestia.
Desapareció de todo y de todos. Para siempre.
Supongo que habrá migrado a algún parque nacional, quizás al sur de nuestro país... siempre tuvo esa esperanza.

Magdalena Petraglia, 
Madre de Fabricio y Sra. de Víctor Manuel Nogueira



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Relato recopilado por Lambertucci, quien era un íntimo amigo de Víctor Roberto sufrió mucho la partida de Víctor Compartían el gusto por la naturaleza y por los parques nacionales de Argentina, especialmente del sur. Se habían conocido en el mismo grupo religioso, el grupo de jóvenes San Ignacio de Loyola. Más temprano que tarde Lambertucci niño abandonó el grupo por diferencias irreconciliables con los directivos y coordinadores.

Siguieron una amistad activa. Luego Víctor conoció a Magdalena Petraglia, su primer novia y su mujer, la madre de su hijo Fabricio.

Un buen día, Magui se acercó y le anunció que se mudaban a las sierras, no sabían si a San Luis o Córdoba... pero la partida era inminente. El tono de su voz se quebraba por momentos. Más tarde Roberto comprendió que era un acto desesperado de aquella valiente mujer, que a duras penas podía con el “cambio” que Víctor estaba experimentando.

Al final se fueron a un pueblito cerca de Potrero de los Funes, La Carolina.
Víctor y Roberto extendieron la amistad unos años por medio de cartas y por vía telefónica pero las cosas se fueron complicando para Nogueira, sus cartas se volvieron primero incoherentes y luego eran apenas garabatos que Lambertucci no comprendía.
En cierta forma Roberto no deja de reprocharse la suerte de Víctor... En su interior late la duda de si la continuidad de su amistad hubiese torcido la suerte de su amigo de la infancia y de toda aquella familia. Tal vez sí o tal vez las cosas sucedieron porque Víctor así quiso que sucedan. Nunca lo sabrá, pobre Robertucci.
Se lo puede ver a Roberto, cuando visita un parque nacional, caminar solo en la oscuridad como esperando encontrarse con alguien, con su amigo. Pero hasta el momento además de dos vacas, un zorro y un gaucho descarado no hubo más encuentros.