5 de agosto de 2010

curar el alma...

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     A veces me resulta intolerable la noción de que la belleza no existe. Que los colores, los aromas, los sonidos, y quien dice que no las formas, sean la mera representación ficticia o real, casi un artificio, que nos hacemos de un universo gris, ajeno y mudo.
     Sin embargo otras veces encuentro en esa interpretación personalísima una invitación divina e irrenunciable al arte. Una invitación a que cada individuo, dentro de sus posibilidades, llene la ausencia de colores, sonidos y formas ese esbozo celestial.
     Irremediablemente me hace pensar, no sin que se me escape una risita ingenua, en un dios generoso. En un dios que no es mezquino, como el que se nos suele presentar. Un dios humilde y considerado que ha plagado su obra de “no culminaciones” dándole la posibilidad al hombre de completarla y perfeccionarla.
     Por ejemplo, ante esta imagen me resulta difícil, sino imposible, concebir que la belleza es solo un artificio, casi un disimulo o un juego mental. Siempre se acusa a los sentidos y se cuestiona su capacidad, o incapacidad, de hacer una lectura rigurosa y certeza la realidad.
     Ciertamente que no lo hacen. Y yo, que no tengo vejaciones cientistas, no solo estoy agradecido sino que lo celebro con toda la algarabía de la que soy capaz. Lo celebro y recuerdo a Wilde, en su Dorian Gray:

Nada puede curar mejor el alma que los sentidos,
y nada puede curar mejor los sentidos que el alma.

     A veces ante la Belleza, esa que se me presenta como tan cierta e indubitable, casi intuyo como Vellmount y me pregunto si la verdadera deidad creadora, cargada de milagros y maravillosa no ha de ser el hombre y que Dios es parte de esa creación sublime y dinámica.


Carlos Alberto Tellería