20 de agosto de 2010

el temido desengaño...

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Adolfo, se que jamás podrás comprender que me marche en el medio de éste amor maravilloso.
Desde niña, siempre tuve la certeza de que sostenía la respiración por esa remota esperanza de amar.
Hace poco, mientras me abrazabas y tus dedos se enredaban juguetones en mi pelo enmarañado, casi en un suspiro dijiste que te había devuelto la certeza del amor.
¿Se tiene acaso una remota idea de lo que significa devolverle a una persona la creencia en el amor? Lo cierto es que creí morir de la ternura.
Hoy te amo como jamás creí y me siento amada como jamás pensé que podrían amarme.


Sin embargo debo marcharme, Adolfo. Tengo que marcharme.
Se que el cristal de tu corazón de niño ingenuo se quebrará.
Se que el dolor de nuestro recuerdo diezmará tus sueños y tus días… pero tengo que irme, Adolfo.
En ese mismo instante en que me abrazabas, en el que creí morir de amor, el temor empalideció mi piel y secó mis labios.
Podría vivir, Adolfo, o morir con la certeza de haberte roto el corazón… pero ni siquiera puedo tolerar la idea remota del desengaño, no me perdonaría jamás ser yo la que vuelva incierta o mate definitivamente tu esperanza en el amor.
Soy inconstante, Adolfo… por momentos un espiral de decadencia y desesperación arrebata mi cordura, me jala, tira de mí, me atrae irresistiblemente…
Soy inconstante, amor, estoy viviendo el mayor de los sueños, pero no puedo resistirme a ese vértigo que me invade y me atrae…
Se que tarde o temprano ese vórtice oscuro se presentará… Y luego…



… luego el desengaño y el desamor… pero esta vez el desamor definitivo.
No puedo permitirme el desengaño, Adolfo…
Te ama por siempre. Julieta.

Esta carta que se encuentra en uno de lo tomos que engloba las páginas de mayor dramatismo del arte de la invisibilidad del cronista y Dr. Roberto Lambertucci.