Caminaron un buen rato en un terreno irregular, hasta que encontraron una bajada al río. Una especie de playita de arenas gruesas y claras fue testigo provisional de sus huellas.
A pesar del frío y de las recomendaciones de Fabricio, Vellmount caminó descalzo buscando un remanso.
Indicó su posición por medio de un silbido estridente, cuyo eco se escuchó lejano en el atardecer que ya empezaba a esbozarse.
Acudieron pronto.
Nogueira y Vellmount se sentaron frente al espejo de agua, grabando ese paisaje en sus memorias.
Lescano apenas reaccionaba, parecía ajeno al milagro que tenía ante sus ojos, se movía con lentitud, como arrastrando un lastre ancestral.
- - Vení Lescano – dijo Vellmount sospechando lo que se escondía detrás de esos ojos agobiados.
Apenas cambió de posición. Sentado sobre una piedra, Lescano miró en dirección a sus manos sin llegar a verlas:
- - ¿Cuándo se extingue la brasa del amor no correspondido? – dijo Lescano en voz alta.
- - Nunca, Adolfo… Nunca… - Dijo Vellmount
Lescano lo miró severo, tal vez esperaba otra respuesta. La esperanza que se cimenta sobre ilusiones o la desesperación que se sustenta en hechos irrevocables nos vuelve muchas veces ingenuos.
- Esa es nuestra tragedia: el amor que no puede ser correspondido, una brasa eterna que no se enciende ni se apaga jamás… pero que siempre quema. - Agregó Vellmount.
El texto pertenece al cronista y dr. Roberto Lambertucci. Y es parte de lo que se ha dado a conocer como el arte de la invisibilidad.