- Tellería, que triste y trágica me parecería esta foto alejada de la certeza de 5 o 6 amigos.
Carlos se ríe y dice:
- En verdad sabía que te iba a gustar, Hernán, en parte la hice pensando en vos. Me recordó aquella foto en la estación de servicio de Realico, cuando veníamos de Mendoza en 2007.
Los ojos de Vellmount parecen iluminarse, y en su rostro enigmático y sombrío se vislumbra un atisbo de sonrisa:
- Qué calorcito pasamos… la Chevrolet de Lambertucci… espléndidas vacaciones.
- Qué calorcito pasamos… la Chevrolet de Lambertucci… espléndidas vacaciones.
- Si mal no recuerdo, hablaste de fugacidad cuando viste la foto en blanco y negro.
- Así es Carlos, me resulta una evocación inevitable ante un río o ante cualquier masa de agua en movimiento. – Dijo Vellmount y agregó:
Esta foto, con la mano de un niño jugando con agua, tiene mucho de fugaz.
El agua escurriéndose vertiginosamente, filtrándose con una seguridad aterradora entre los apenas resquicios que separan la íntima proximidad de los dedos.
Una mano que se extiende en vano, en su intento de conservar un poquito de agua sin lograrlo, intento que tiene algo de ingenuo y mucho de desesperado.
Una mano que apenas se empapa, pero que cuya humedad más temprano que tarde será apenas otra fresca caricia perdida en la inmensa llanura del olvido.
¿Cómo hacer frente a la certeza ineludible del paso del tiempo? ¿Cómo, siquiera, mirar de refilón a la aniquiladora idea de la muerte? ¿Cómo tolerar la fugacidad de la vida y de los hombres?
Me son inevitables estas reflexiones. Muchas veces me sumerjo en solemnidad más acallada y parca. Y la felicidad se presenta remotísima, como apenas un esbozo de algo que jamás será.
Sin embargo todos estos tormentos filosóficos, tan ciertos y tan humanos, parecen perder su connotación drástica y terrible, se hacen tolerables cuando me siento con mis amigos a tomar unos mates. Inevitablemente tarde o temprano caeremos en las mismas disquisiciones, la muerte, la felicidad, la verdad, dios, el paso del tiempo, la tristeza… pero estas reflexiones pierden su carácter amenazador.
Es lógico: se tiene menos miedo cuando se está acompañado… y solo se está verdaderamente acompañado cuando se está entre amigos.
Sonrió ante el silencio de un Tellería conmovido y agregó:
- Tellería, que triste y trágica me parecería esta foto alejada de la certeza de 5 o 6 amigos.
Este diólogo fue sacado del Arte de la invisibilidad, crónicas atribuidas al Dr. Roberto Lambertucci...
Este diólogo fue sacado del Arte de la invisibilidad, crónicas atribuidas al Dr. Roberto Lambertucci...