Carlos Alberto Tellería tenía la capacidad de captar de un solo golpe de vista la naturaleza espiritual de las personas. Este fotógrafo autodidacta había elevado casi a una disciplina científica aquello de la primera impresión.
Se había entreverado varias veces con Vellmount en enriquecedoras, aunque laberínticas charlas sobre el asunto, muchas de las cuales terminaban en agudas discusiones. Muchas de ellas se plasmaron en un texto que no viene al caso.
Lo cierto es que Tellería era capaz delinear, con cierta precisión, el alma de las personas por medio de una suma de rasgos, gestos, miradas y palabras.
El artista llevaba esta virtud, o discapcidad según Vellmount, más allá y en base a ese esbozo espiritual de la persona podía representarse una imagen mental que luego convertía en fotografía con resultados casi siempre maravillosos.
Vellmount solía decir que el proceso mental que desarrollaba Tellería era similar, casi un derivado, al que ejecuta espontáneamente un buen caricaturista:
-Un caricaturista tiene la virtud de extraer fácilmente de entre todo un conglomerado complejísimo de rasgos, aquellos que son particularísimos de la persona, esos pocos que verdaderamente lo definen como un ser único y diferente, los toma, los procesa y los exagera hasta el absurdo. El caso de Tellería es la versión espiritual de un caricaturista. Los primeros se centran en el cuerpo y allí se quedan. Carlos por medio del cuerpo intuye el alma. Tiene la horrorosa discapacidad de ver los rasgos espirituales que definen a la persona, los toma, los procesa y los exagera plasmándolos en una imagen colmada de detalles de ropa, gestos, poses, paisaje, luz, sombra que resaltan la particularidad del sujeto en cuestión.
Es así que Tellería antes de una sesión observaba a la persona en su cotidianidad, extraía esos rasgos con facilidad y sin que lo sepa comenzaba el proceso creativo.
Inmediatamente definía ropa, gestos, poses y miradas y establecía las características fundamentales del escenario o paisaje potencial. Empezaba después la búsqueda de un lugar que más o menos encaje con lo imaginado. Para eso recorría la ciudad hasta dar con un lugar que se acomodaba. Primero sondaba los lugares que había imaginado como posibles, sin embargo no siempre encontraba lo que buscaba. Es así que seguía recorriendo la ciudad hasta dar con un paisaje que se acomode a la imagen mental.
Finalizada la búsqueda, acordaba el día y la hora de la sesión.
Casi siempre los resultados fueron más que satisfactorios.
En cierta ocasión le pidieron que retratara a unos niños. Lo cierto es que no pudo formarse esa imagen preliminar.
Se esforzó enormemente en construir la fotografía adecuada para los niños, pero no pudo. Apenas lograba recrear escena de gente grande, con ropa, gestos y paisajes acordes. Intentó inútilmente injertar a los niños en estás imágenes, obteniendo una especie de quimera entre grotesca y antiestética.
Llegó la hora de las fotos.
Fue la primera vez que llegó a la cita con la cabeza en blanco y hay que reconocerlo: estaba algo nervioso.
Intentó ubicar a los niños e imponerles gestos usados en sesiones anteriores, con adultos. Los resultaron fueron a lo sumo regulares, y siempre resultaba intolerable ver a niños en actitudes de gente grande.
Fue así que luego de reflexionar un poco entrevió la respuesta y les dijo:
- Hagan como si no estuviese acá, olvídense de la cámara y hagan lo que estarían haciendo si estuviesen solos.
Los resultados empezaron a verse de inmediato. Los niños empezaron a jugar y adoptar posiciones propias de un niño. Las fotos empezaron a fluir y los resultados, esta vez novedosos incluso para el artista, fueron más que satisfactorios.
Vellmount explicaba este fenómeno:
- Tellería comprendió ese día que el método al que estaba acostumbrado solo podía aplicarse a los adultos que están, en cierta forma, definidos culturalmente y a lo sumo, uno encuentra unas pocas variantes en las que es posible encasillar a cada individuo. Uno puede plantearle una situación a representar, de nostalgia o de espera, y el individuo culturizado puede adoptar esa actitud pues le es familiar. De ahí a la hipocresía solo hay un paso. Quien conoce una actitud en detalle puede, en cierta forma, fingirla… y vaya que los adultos fingimos.
Sin embargo, en los niños las cosas cambian. No hay una impronta cultural, o por lo menos todavía no es tan notoria, por lo cual no resulta tan sencillo encasillarlos. Son seres naturalmente desconsiderados, ególatras, interesados y egocéntricos que literalmente se cagan en lo que pasa a su alrededor…** para ellos el mundo entero pasa por ellos mismos sin que les importe en lo más mínimo el resto de los individuos. Por eso no tienen condicionamientos y pueden hacer cuantas monerías quieran sin el menor pudor… que dicho sea de paso es un concepto fundamentalmente aprendido. No hay expectativas sobre la otra persona, no se tiene noción de deseabilidad social, por lo cual los pequeños engendros son el estado más cercano a la libertad y a la espontaneidad. Si bien es cierto que es libertad, es una libertad parcial si uno se pone estricto, menos madura y ganada que la que potencialmente puede adquirir un adulto por medio de la renuncia a toda culturización opresiva y perniciosa, y por medio del crecimiento intelectual y espiritual. Sin embargo hay una gran diferencia: todos somos niños y libres, en cambio solo unos pocos adultos, dos o tres, logran recuperar su libertad.
** Cuando Vellmount habla de los niños refieriéndose a ellos como egolatras, egoístas, egocéntricos, etc. no lo hace con malas intenciones, nadie que ame más la niñez y a esos locos bajitos como Hernán. Simplemente intenta resaltar, con algo de humor, ironía y envidia, el desinterés majestuoso por otra cosa que no sea su existencia plena, existencia para ellos y por ellos... y para nadie más.
De las crónicas del dr. Roberto Lambertucci, conocidas y agrupadas bajo el nombre “el arte de la invisibilidad.