5 de junio de 2009

Belleza y Eternidad...

Belleza y eternidad...

Intuí nuevamente que la belleza absoluta es una especie de castigo temible, una carga casi horrorosa, casi imposible de soportar, que lleva consigo la tragedia hermosa de la perfección condenada a una existencia fugaz de apenas unos cuantas horas o días.

Recuerdo que la primera vez que vi una rosa china, en el patio de casa, casi conmovido por el rojo intenso me quedé helado cuando mi madre dijo, detrás mío, que solo viviría un día. Esa fue la primera vez en la que tuve contacto con ese concepto: la belleza extrema como carga insoportable.

El viernes volvía de la facultad con el paso algo apesandumbrado. Entendiendo que por la forma en la que las nubes estaban iluminadas solo quedaba a lo sumo 30-45 minutos de luz solar. Esa certeza aumentó el tedio porque no llegaría a tiempo para salir en bicicleta. Luego de unos cuantos pasos arrastrados y habiendo descartado la actividad física nuevamente, opté por focalizarme en los eventos próximos, principalmente en la delicada reunión de esa noche.
Fue así que en entre paso y paso, mientras imaginaba las alternativas de la reunión y el tema a charlar, percibí un movimiento cerca de uno de mis pies. Cuando bajé la mirada descubrí con sorpresa que una mariposa, tal vez la más bella que haya visto de tan cerca. Estaba en la calle, sobre el asfalto helado. Con sus alas coloridas abiertas de par en par. Acerqué lentamente la mano, pensando que se iba a volar inmediatamente. Pero no fue así, solo movió magicamente sus alas maravillosas, pero lentamente, como si fueran una carga, y se trepó a mi dedo.
No podía volar ya que apenas podía mover torpemente sus enormes alas. Apenas podía cargar ese peso.
Ahí recordé que la belleza extrema puede ser una carga intolerable. Y pronto supe que estaba muriendo aplastada por ese peso.
Decidí llevarla conmigo. Fue así que caminé hasta la fotocopiadora unas 10 cuadras con la mariposa en la mano.
Fui buscando una latita o una botella para poder guardarla en la mochilla sin dañarla. Pero no pude encontrar ni una.
Ya en la fotocopiadora esperé las imágenes de una tomografía encefalocraneana normal, los dibujos de la correlación neuroanatómica, y el informe de la OMS, del ministerio de salud de Argentina y de México del viernes 8 de mayo sobre la gripe porcina con esa carga preciosa en mis manos.
El chico que hacía las fotocopias y otra persona que esperaba miraron mi mano y a la mariposa que en vano intentaba ocultar y en sus rostros se dibujó una pregunta que jamás vio la voz.
Fue así que llegué a casa. Casi no tenía tiempo y tampoco luz, por lo que supe que debería relegar las fotos.
La puse en la maseta del helecho serrucho, con la idea de que se mantenga fresca cerca en la tierra. Movido por cierta culpa, puse cerca una cuchara de té con miel diluida en agua y otra solo con agua… Tal vez necesitaba algo dulce.
El sábado estuve todo el día en el hospital, al llegar a la noche estaba moviendo sus alas torpemente, con una dificultad aun mayor, en el mismo lugar. Volví a relegar las fotos por la falta de luz.
Hoy domingo a la mañana apenas si movía sus alas bellas, ya no relegaría las fotos. Con la delicadeza y con el nudo en el garganta de quien acaricia a alguien que está por morir, la tomé en mis manos y me dispuse a retratarla.
Su belleza no quedaría en el silencio de una muerte anónima, tal vez destrozada por la rueda de algún auto indolente o por un pie imprudente. No lo permitiría.
Esta es una de las fotos que hice.
Esta fue la segunda vez en la volvía a rumiar ese concepto: lo efímero de la belleza extrema.

Luego de pensar un momento comprendí algo que me hizo esbozar una sonrisa.
Tuve la sensación que la osadía de ser bello es castigada con la fugacidad de la vida y que la osadía de ser inmortal se paga en ella misma, es decir, su precio es la condena a la eternidad.
Comprendí que la perfección y la vida fugaz y la vida eterna son, o bien, una especie de tormento, un castigo a quien desafía las virtudes exclusivas del Dios celoso y cristiano o bien son una forma de equilibrar las existencias de los seres.
Tanto una como la otra llevan consigo una tragedia hermosa. La tragedia hermosa de la belleza inigualable e intolerable que en su fugacidad vive apenas unos días y muere aplastada bajo su propio peso y la tragedia temible y bella de una vida eterna cargada de tormento de la que no hay salida.