El joven buscó casi con desesperación y angustia en sus bolsillos.
Al ver que no estaba allí lo que buscaba recorrió cada rincón de su oficina, algo desordenada al final de la jornada. Allí tampoco encontró un solo rastro que le orientara.
Bajó las escaleras pues no tenía tiempo de esperar al ascensor y esos dos pisos que se eternizaban.
Ya en la planta baja, trotó, corrió, casi voló hasta la puerta de salida. Vio la calle que se transparentaba a través del cristal que apenas se percibía de limpio.
Corrió, con más ímpetu… pero antes de salir del complejo un silbido le hizo frenar bruscamente. Clavó ambos talones y casi cae, por un resbalón en el suelo como espejo.
Era doña María, la secretaria. Corrió hasta el mostrador, con cara que dejaba ver perfectamente el apuro que llevaba.
Pero María no sabia de lenguaje corporal… sólo de lenguaje hablado: y si que hablaba esta señora.
-El miércoles tiene reunión con el Sr. del Cerro… bla bla bla bla blaaaaaaaaaaaaa….
Intentaba escuchar pero los sonidos se fundían en una unidad incomprensible, y sentía el peso mercurial y el ruido como trueno de su aguja del segundero,
- Y el jueves una cena en la residencia Hilburt… bla bla blaaaaaaaaaaaaaaa
Mantener la atención a las 300 palabras por segundo se hacía imposible.
La interrumpió, y algo consternado le pidió disculpa…
- Debo irme, María, estoy buscando… o esperando algo… - dijo casi vertiginosamente.
Luego giró sobre sus talones y salió disparado rezando de que nada más le interrumpa.
- Y el viernes la empresa Salugerd vendrán a consultarle… bla bla bla blaaaaaaaaaa… - gritaba María desde el mostrador de madera caoba, sacudiendo la cabeza en un gesto cada vez más repetido.
Casi como un relámpago cruzó la vereda y llegó al estacionamiento donde tenía su auto. Fue tan ágil y veloz su ingreso que el empleado y cuidador casi muere de un susto al girar y encontrarse con un rostro sudoroso y con la mirada ansiosa, casi ida:
-Por Dios Santo, Sr…. casi me mata de un susto. – Dijo Eliseo, tocándose a mano llena el pecho.- Que costumbres son esas, de andar llegando a escondidas sin que me percate?... que no se repita Señorito… el corazón es frágil a mi edad.
-Lo siento Seo, estoy apurado… estoy esperando algo y no encuentro… - murmuró el joven por lo bajo y para si.
-Queeeeeeeeeeeeeeé dijo Señorito, mi audífono se debe estar por quedar sin pilas- dijo Eliseo (Seo, para el Srto.) moviendo hacia ambos lados el control de volumen en su oído izquierdo.
- Estoy apurado, Seo… - Dijo el srto. levantando la mirada con un gesto de tedio.
-Sus llaves, Sr.
Subió al auto y revisó cada recodo, cada bolsillo, cada espacio pero no encontró lo que buscaba.
Había comenzado a consultar el reloj con mayor insistencia.
Se escuchó el click del cinturón, se escuchó tronar el motor y salió haciendo chillar las cubiertas.
Consultaba, nervioso el reloj con dígitos verde azulados del automóvil nuevo.
-Maldición se dijo, voy a perderla… - y aceleró un poco.
Y es claro que tenía que pasarle: LUZ ROJA.
Apoyó las manos sobre el volante y suavemente dejó caer su frente limpia sobre el antiguo lugar de la bocina.
-Por qué a mi?- se dijo.
Miraba el semáforo contrario y cuando estuvo la luz amarilla comenzó a moverse su auto.
Cuando la luz se tornó verde este ya había recorrido un buen trecho.
Estacionó en la cochera. Casi tiró las llaves al encargado y subió corriendo los 3 pisos pues tampoco tenía tiempo de esperar el ascensor y, además, corría el riesgo de cruzarse con alguien que no haría más que retrasarle.
Subió, subió y subió.
Abrió la puerta.
Revisó el comedor de par en par, dio vuelta la cocina, el baño, la pieza y no encontró lo que buscaba.
-Voy a perderla – se dijo, casi en un grito, nuevamente.
Se detuvo inmóvil, como paralizado.
Giró y corrió hacia la puerta del patio. La abrió de par en par, casi con violencia y ya desde lejos vio en la mesa el relieve oscuro, casi en L de su celular.
Se detuvo con algo de temor, y al acercarse comprobó lo que temía:
-1 llamada perdida.
Se sentó en una de las sillas blancas que rodean la mesa de patio.
Y se desparramó con aplomo y algo triste.
Sintió deseos de llorar… deseos que fueron consolados por la caricia suave que lo sorprendió por la espalda, dándole una especie de masaje.
Giró la cabeza y esa voz casi angelical, la que esperaba en oír en el teléfono, le refresco el rostro diciendo:
-Como no me respondiste, conseguí tu dirección y convencí al portero de que me abra… espero que no te importe.
El intentaba despertar del encanto de sus ojos y de su sonrisa de sol… No pudo decir nada.
Reflexionó uno instantes y ya no le importó la seguridad de su casa…
Se puso de pie, la tomó en sus brazos y la besó hasta que terminó de ponerse el sol…
Es así que estos seres sellaron con un beso la propuesta de amor que iban a hacerse en esa llamada… que hubiera pasado si él hubiera respondido… no lo se… sólo se que a veces son buenas las llamadas perdidas…
Diego A. Marino