Los resultados de una fotografía en crudo nunca son lo que percibe quien la saca y que pretendía retratar, eso es sabido. Siguiendo este concepto, podríamos decir, que la fotografía distorsiona la realidad percibida. Justamente en esta distorsión más o menos sutil está su naturaleza artística.
Entiéndase el dilema.
Usted es un ser sensible y que ha desarrollado la virtud de detenerse a observar y descubrir la belleza, en estos tiempos en los que la prisa lo iguala todo. Está emocionado, percibe una imagen bella, algo adentro suyo vibra conmovido. Es entendible que quiera compartirlo con sus allegados, compartir ese pedacito de belleza que supo descubrir y que tanto disfrute le ha proporcionado. Por eso incursiona en la técnica fotográfica, invierte tiempo en entender los atributos de la estética y dinero en equipos. Luego de un tiempo, más o menos largo, se siente seguro y empieza a hacer fotos. Lo tiene todo, la sensibilidad artística, la capacidad de detenerse a ver y la cámara para registrarlo y, paso siguiente en su altruismo artístico, compartirlo con sus seres queridos o con quien sea. No puedo describirle la emoción de la primera foto: enfoca, reenfoca, encuadra, compone, le gusta lo que ve en el visor, lo emociona como ya dije. Le transpiran las manos, quiere congelar el momento, el segundo, ese instante antes del click. Pero lo inminente no se detiene, sigue como un río su curso. Click. Hizo la foto. La mira rápido en esos 2 segundos de revisión en la cámara antes de irse. Llega a su casa o al estudio habiendo fermentado ese brizna de ansiedad y emoción: casi ebulle. Conecta la cámara a la notebook, transfiere las fotos y en esa vista rápida siente que algo se quiebra. Sacude la cabeza, no hace caso. Va y busca la foto recién descargada. Se le hace un nudo en la garganta: la foto no lo emociona, no logra evocar aquello que sintió y sospechó al verla. La luz está bien, todo está en su lugar, sin embargo no es lo que vio. Cambia la perspectiva sutilmente, la imagen se hace masiva ya que artificialmente se elimina el campo selectivo de los ojos, influenciado por las particularidades individuales.
Es así que la foto no es lo que vimos. Empezamos a darle vuelta, a reencuadrar en el pos procesado, cortamos acá, quitamos allá, a ver qué pasa si le saco altura, y si llevo el centro a la derecha o, mejor a la izquierda, hacemos zoom, alejamos y acercamos, zoom, corremos todo arriba y la izquierda, agrandamos con el scroll y buscamos reenfocar arrastrando con el puntero del mouse…
Seguimos hasta que sucede, siempre sucede. En un momento, un recorte de la imagen, que deja afuera muchos detalles que creíamos esenciales y focaliza en otros, una vista parcial, un fragmento, nunca de conjunto, nunca total, nos vuelve a conmover, nos devuelve a esa sensación primigenia previa a la foto, la esencia de belleza que nos llevó a detenernos.
He probado, pueden creerme, luego de ese “eureka” intentar reencuadrar mil veces, acercar, alejar y sin embargo ya no he podido admitir otra posibilidad: el reencuadre es uno en ese momento particular, el que devuelve a la imagen cruda, completa y anodina la capacidad de emocionarnos y de hacernos vibrar.
El texto anterior pertenece a Carlos Alberto Tellería, material no publicado.
Por qué pasa esto? No lo se. Carlos solía embarcarse en explicaciones laberínticas y ruinas circulares que siempre lo dejaban en el mismo lugar y a uno sin saber qué carajo había querido decir.
Recuerdo una charla, enérgica sobre la cuestión.
De pie en la sala, Tellería, parecía defender una tesis frente un jurado severo o incrédulo:
- Los resultados de una fotografía en crudo nunca son lo que se percibe y se pretende retratar, eso es sabido: ¿Me seguís, Hernán? De esta forma, podríamos afirmar que la fotografía es una distorsión de la realidad que percibimos y justamente en esa distorsión más o menos fantasmagórica, más o menos sutil, radica la esencia artística de la fotografía. - Afirmó Carlos
Vellmount escuchó atentamente, y se dispuso a hablar:
- Entiendo tu punto, sin embargo me gustaría plantear lo contrario. La fotografía distorsiona la realidad percibida originalmente distorsionada por la inevitable subjetividad de quien observa, en este caso del fotógrafo: Me seguís, Carlitos? +2 - 2 se cancelan mutuamente. Es decir, que la fotografía devuelve la objetividad a la realidad, neutralizando la subjetividad impartida inicialmente por el observador. Es en esta objetividad, precisamente, dónde radica el carácter documental de la fotografía.
Adolfo se puso de pie, se dirigió sin decir palabra hacia la puerta. Antes de salir, con una sonrisa dijo:
- Yo creo que tanto la realidad como la fotografía son una mera una representación subjetiva de quien observa. No coinciden una con la otra, quizás se complementan en su irrealidad. Ambas representan parte del acervo expresivo del artista, que es el hombre. Es decir, que nuestras obras y nuestra realidad son productos de nuestra pluma enamorada o de nuestro pincel inquieto. Justamente en esa incongruencia entre las imágenes, radica la naturaleza errática, quizás imperfecta, pero siempre bella del hombre.
Abrió la puerta y salió sin despedirse.
Carlos y Hernán se quedaron en silencio, yo observaba cada detalle, cada gesto.
Abrí una botella de vino, merlot, serví a Hernán y un poco a Carlos.
Seguimos en silencio, tomando cada tanto, un buen rato.