Un millón de imágenes se suceden vertiginosamente, palabras reflexiones, fragmentos de libros, autores. Todas ellas como inmersas y rodeadas de una bruma sutil, con tonos amarillos y azules, con luces algo exaltadas, brillantes, incandescentes, imágenes algo difusas pero contundentes, decoradas con el estilo algo vintage e inconfundible que necesariamente tienen los recuerdos.
Salgo de ese ensueño de segundos.
Es de noche.
Estoy apoyado en la biblioteca, en uno de sus estantes, el que está próximo a la ventana.
Veo frente a mi muchos de los libros que me han acompañado. Miró con un enorme cariño la región de Sábato:
Cómo se alinearon mis tiempos y tus etapas literarias, Ernesto… y cuanto bien me hizo encontrarme con tus libros… o como dice Vellmount, que vos y tus libros me hayan encontrado en el momento justo.
Sabés, sigo llorando y conmoviéndome hasta el tuétanos cada vez que leo el “canto del General Lavalle.
Acaricio con ternura la fila de libros, algo desordenada y cubierta de polvo. Mi mano se detiene sobre Wilde, el retrato de Dorian Gray.
Con qué crudeza, con cuánto humor e ironía, con cuánta elegancia y agudeza me mostraste la naturaleza del alma del humana, Oscar.
Sonrio con esa sonrisa de enamorado, he llegado a Inventario Uno, de Mario:
Cómo amo tu poesía, como amo tu uruguaya capacidad para traducir en palabras los vericuetos más complejos del amor, la libertad, el exilio, la vida. Como amo el adorno de tu metáfora limpia y perfecta, tus alegorías, tu sensible y cotidiana rebeldía.
Por fin llego, a ese libro infinito, con el lomo desgastado de trasladarlo y releerlo, al libro sin fin del autor sin fin. Me encuentro con el “libro de arena”:
Siempre al leerte sabía que me decías algo enorme, pero a primera lectura no podía descifrarlo… tus letras “estaban pintadas con colores que mis antiguos ojos no estaban acostumbrados a ver”... debió pasar el tiempo y las relecturas, pero sobre todo la vida para poder comprender cabalmente muchas de tus ideas. Hoy vuelvo mentalmente una y otra vez, a veces con una frecuencia que roza lo molesto a tus relatos, Jorge Luis, sobre todo a la utopía de un hombre que está cansado.
Otra vez ese silencio de los cuentos de hadas, ya lo conozco. Se lo que sigue. Sonrío. Estoy ansioso por el reencuentro.
Me siento en el borde de la cama de mi niñez y de mi adolescencia, ellos ya estaban ahí. Nos miramos a los ojos, nos reconocemos, no hubo palabras, no hicieron falta, tampoco reproches, estamos satisfechos.
Me invade el sueño.