Un hombre se tambalea. Intenta dar un paso y sostenerse, apoyándose sobre una mesa. Se derrumba casi sin ruido. Con movimientos torpes, se da vuelta y como puede reposa la espalda sobre una pared mugrienta, gritó casi sin fuerzas:
- Cuando despertemos de este ensueño absurdo, que nubla nuestros ojos, y seamos capaces de comprender lo que está sucediendo, su macabro plan… será demasiado tarde…
Se hizo un silencio y luego el bar estalló en risas.
Se acercó un parroquiano, y esforzándose para ver entre las sombras, dice con voz burlona:
- Tome otro vaso, mi amigo… y cuéntenos de qué plan está hablando - Rié y mira a su alrededor buscando apoyo.
- Se cree gracioso, verdad?
El hombre desespera, se retuerce, suda: está enfermo. El parroquiano lo observa y percibe el horror en sus ojos vidriosos. Un escalofrío recorre su espalda. Ya no sonríe. Su piel está llagada, y cubierta de pústulas. Respira con dificultad, emitiendo un chirrido que primero es apenas molesto pero después se convierte en un tormento. Sus labios están quebrados, con costras oscuras. Su camisa empapada y rota, está salpicada con sangre. Su piel es pálida, casi amarilla, y está cubierta de un sudor que apesta infiernos.
- Está bien, amigo? - Pregunta asustado
- Las palomas y los reflejos en los espejos…
El parroquiano quiere acercarse.
- No sea imbécil, aléjese de mi…
Tose violentamente, se tapa la boca con las manos. Luego las pone a la altura de sus ojos, las mira: el horror y la desesperación se dibujan en su rostro. Está sangrando.
Al percibirlo, el parroquiano vuelve a estremecerse, ya no le resulta gracioso:
- Un médico por aquí… éste hombre está enfermo.
Llaman al SAME.
- Qué clase de imbécil es usted - tose - no estoy enfermo, estoy maldito…váyanse mientras haya tiempo, aléjense de mi.
- Qué dice, hombre? - camina hacia él
- Aléjese, hombre… no sea necio, esto es muy contagioso.
Ya a su lado, pone su mano en el hombro como dándole aliento.
El hombre se desgarra en llanto:
- Dios, no basta con padecer esta maldición… ahora tendré que cargar también con su muerte.
- Me está asustando, señor…
- Debe estarlo...
- Déjese de tonterías y dígame qué le pasa.
Se quiebra un cristal. Los fragmentos caen y rebotan sobre el piso mientras el tiempo parece congelarse.
El alma del hombre parece desgarrarse.
- Ya están aquí, es inútil… me han encontrado.
- Quienes? Qué está diciendo, hombre? - Abre los ojos, algo se mueve a sus espaldas.
Se corta la luz. Se escucha una brisa, luego todo es silencio. No hay risas, ni voces.
- Central? Otra falsa alarma… no encontramos a nadie en el lugar, volvemos a base. Cambio y fuera.
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El texto pertenece a un delirio de Hernán Vellmount titulado la conspiración de las palomas y los reflejos. El horror y lo bizarro se toman la mano, página tras página, y poco a poco el lector va sumergiéndose en una de las obsesiones que más atormentaban a Vellmount.