14 de octubre de 2013

Lejana utopía

Lejana utopía

Los cambios drásticos y trascendentales pocas veces son un acto deliberado, racional y gradual. Muchas veces responden a una necesidad extrema que parece empujar al ser, se ha tocado fondo y las únicas alternativas son el cambio y la adaptación del individuo a un nuevo equilibrio o la aniquilación (sea de un individuo, toda una especie, una sociedad o una ideología).

Una vez en curso, toda metamorfosis, sobre todo las más radicales, conllevan un hondo sufrimiento, siendo este físico pero sobre todo espiritual. El metamorfo suele replegarse, encapsularse, aislándose así del entorno, quedando frente a frente con ese mitológico espejo al que llaman infierno. Ingresa en la primera etapa.

No hay palabras para describir lo que sigue. Quienes han contemplado a un metamorfo en la primera parte del proceso no han tolerado el horror de esos ojos sin alma, abrazándose a la locura o al suicidio. 

Una vez iniciado el proceso ya no se detiene, se debe transitar etapas de oscuridad creciente. La duración es variable, pero siempre es el tiempo suficiente para diezmar toda estructura, toda emoción y todo concepto vigente en el individuo: la despersonalización es la regla.. Todo sucede vertiginosamente, pero la experiencia es otra. La atemporalidad del recluso convierte un segundo en una eternidad. 

Según antiguas descripciones, de cuestionable reputación, en el proceso el metamorfo es sometido a toda clase de impiedades y vejaciones, es degradado hasta un estado en el que su alma se vacía completamente, pierde toda identidad: fisiológicamente viven pero están muertos.

Ocho de cada diez metamorfos no toleran la primera mitad del proceso. 

Cuando ya no hay esperanzas ni ilusiones, abruptamente una luz diminuta se filtra entre los párpados de sus ojos cerrados y desgarra las tinieblas en las que se sumergía el muertovivo. De aquí en más, insospechadamente, el proceso se cambia drásticamente. Los músculos atrofiados esbozan fasciculaciones y pronto comenzarán a impartir movimiento sobre las articulaciones, a esta altura, anquilosadas, que crujen, ruidosas, recuperando gradualmente su arco de parábola. En ese despertar, no solo el cuerpo sale de ese letargo. Las características particularísimas van poblando, poco a poco, el alma del metamorfo. Tiene lugar una nueva individuación por medio la cual se restituye la identidad. Si la primera etapa era una emulación de la muerte, la segunda lo es de la vida: el individuo renace.

Pero todo este proceso no es estéril. El metamorfo no renace en un nivel espiritual igual al pre metamorfosis. No. Tanto infierno y tanta llama han forjado su alma, han erosionado egoísmos y miserias, dejando pulido el metal de la virtud. Es así que la metamorfosis, insospechadamente, es un mecanismo de desarrollo y perfeccionamiento espiritual preciado, por medio del cual el ser ha de alcanzar esa lejana utopía del hombre nuevo.

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Este texto pertenece a Hernán Vellmount, quien parece obsesionado con el particular, a saber: las metamorfosis. Una y otra vez se repite en textos similares, de mayor o menor complejidad, de mayor o menor elegancia literaria, en los cuales describe el  proceso de la metamorfosis. Muchos de estos textos, repetidos y reiterativos, forman parte del libro conocido como "otras metamorfosis", que algunos atribuyen a Vellmount, otros a Marino y que otros tantos refieren como una colaboración entre los fulanos. Personalmente he colaborado con algunos escritos lamentables que engordan y enferman al libro. 
Entre los textos recopilados, una de las metamorfosis más agraciadas es la metamorfosis N°239, conocida como metamorfosis tigre-abeja, un delirio de Vellmount en el que concluye que el tigre y la abeja son la misma cosa. Vaya locura. Recordemos:

"Cuando me di vuelta el fulano ya no estaba.
Cuando me di vuelta, la jaula estaba casi vacía, apenas ocupada por un zumbido prodigioso que se filtraba entre los barrotes que ya no contenían."
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Quizás una de las metamorfosis más dramáticas y crudas que se describen con detalle en el libro sea la de Víctor Manuel Nogueira, el padre de Fabricio y marido de Magdalena Petraglia:

"Una voraz transformación estaba teniendo lugar, ajena a todo lo externo, tan profunda que no era influida por los fármacos o las palabras, ni siquiera el amor de su familia pudo con frenarla"
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Nuestras obsesiones nos definen, más que cualquier otra cosa. 

Dr. Roberto Lambertucci