Ubicaron una mesa y uno a uno se fueron sentando.
Vellmount llegó al final, se lo notaba pálido… como enfermo. Se desplomó en la silla, como si el peso de todos los hombres de todos los tiempos pesaran sobre él.
- Parecés enfermo, Hernán, qué carajo te pasa? – Preguntó Tellería
Una mujer solitaria mira a Román conmovida.
Laura, que hojeaba un libro alargado, en el que se observaba una fotografía del sitio actual del obelisco antes de su construcción, levantó la cabeza y con voz algo irónica citó a Borges:
- “la imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los grandes males de la humanidad porque multiplicó hasta el vértigo textos innecesarios”… - Sonrió en un gesto.
Hernán sintió nauseas.
- Jajajaaj… el gran Vellmount y su horror proverbial a las librerías y bibliotecas… - Se burló Tellería mientras lo señalaba con un libro de poesía.
Se masajeo el cuello, torciéndolo de lado a lado:
- Ciertamente ese piano viene a salvarnos, che, a salvarme. Sin esta melodía de fondo y ante tamaña barbarie – señalando - tendríamos que escoger entre la desesperación, el suicidio o la resignación… - estos acordes, y éste tostado, hacen posible una cuarta opción: la serena aceptación. – Dijo Hernán.
- Se te nota sereno – Comentó Diego, haciéndole un guiño…
Vellmount respondió con una mirada filosísima, que duró apenas un segundo porque estaba a punto de desfallecer.
Una pequeña llama brilla, un hombre lleva un cigarrillo a su boca. Una minúscula brasa late en la semioscuridad..
- Está linda la ambientación, las luces y las sombras están estratégicamente ubicadas – Comentó Carlos.
- Se les han pasado algunos detalles – comentó Vellmount entrecerrando los ojos – o mejor dicho los han puesto en exceso.
El padre toma del brazo al niño:
- Otra vez el principito, Tomás… ya tenés uno de cada editorial y en todas sus versiones…
- Pero… la rosa.
- No voy a comprarte otro más, entendés?
- El zorro.
- Basta Tomás… no me hagas enojar.
- Los atardeceres… - Susurró sin soltar el libro.
Un halo blanquecino, casi lechoso, se eleva por encima de sus cabezas y describiendo un espiral vertiginoso busca un cielo que apenas se intuye.
El padre mira al niño fijamente:
- Se te pone algo en la cabeza y no renuncias por nada, eh… - Le dio una palmadita en la cabeza y le entrego el libro… - Nunca pierdas eso… y con respecto al libro lo paga tu madre.
- Por ejemplo el piano… - comentó Vellmount.
El mozo se acerca:
- No puede fumar aquí, señor.
- No vi ningún cartel
El mozo se limitó a señalar.
- Lo siento – respondió el hombre apagando el cigarrillo.
- Faltaba más.
- Han querido evocar la nostalgia, y en cierta forma lo logran. Es cierto que lo añejo, los rayones, los colores despulidos, un poco de polvo y telarañas bien ubicadas favorecen el sentimiento… - Reflexionó un minuto...
Libidinosos dedos complementan el trabajo que la mirada había comenzado. Ella acaricia la mano pálida de su compañera. Quiere retirar la mano, siente vergüenza. Sin embargo está excitada y esa caricia además de despertar su deseo tiene algo de tierna y atrevida.
- Sin embargo ese cacho que le falta al piano, eso no es erosión del tiempo o del uso… alguien se lo enganchó a la pasada o lo hizo pelota al mover una silla… aprovechando la supuesta evocación de la
nostalgia se hicieron los giles y no emparcharon ese detalle, que particularmente tira abajo la estética tan cuidada del lugar.
- Si, estoy con vos… es un golpe bajo a la estética – Asintió Tellería.
- Mami, sacame una foto contra el telón…
- Estás hermosa, Tefi… pero quedate quieta querida – responde Eloisa.
- Mejor, vos también…
- Señor – suplica la niña dirigiéndose a Tellería – podría sacarnos una foto?
- Ningún problema – Respondió Carlos con una sonrisa socarrona – pero aprovecha que aquel señor (señalando a Vellmount) es un gran fotógrafo…
Vellmount puso una exagerada cara de sorpresa y sin hacer comentario tomó la cámara y he hizo varias fotos.
- Estoy viejo, Sres. – Comentó Diego, esbozando un gesto cuasi desesperado.
- ¿Y cómo vino a dar con tal revelación el srto. Marino? – Musitó escéptico Hernán.
- Ayer nos juntamos con Ariel y Facundo, a comer, y como excusa celebramos la amistad.
- Bien por ustedes
El niño y el padre se retiran de la mano, llevan un libro bajo el brazo, la madre se retrasa en la cola de la caja.
- Lo cierto es que comimos y bebimos moderamente…
- La mesura habla de años, no hay duda…
- No voy a eso… Bebimos moderadamente y en cierto momento, entre reflexiones y bromas, me abordó un sueño insostenible…
- …
- … tuve una pérdida de aproximadamente 40 minutos y al abrir los ojos noté con horror que uno de los gatos de Ariel me miraba fijamente: creí que había muerto.
- Ciertamente un horror!!!! – Soltó Vellmount
- Todos envejecemos, Vellmount… incluso Ud.
- No me refiero al paso del tiempo, Marino… me refiero a los gatos…
- ¿Cómo?
- Ciertamente no está… pero está en camino de… esos bichos… todos sabemos… con eso no se jode…
- Concluya una frase, Vellmount…
- Complétela como guste… no habrá diferencias...
Se hizo un silencio.
- Una Biblioteca con palomas y un gato barcino ha de ser el peor de tus infiernos, Hernancito – Bromeó Laura, mientras cerraba el libro.
Relajó su mano y se dejó acariciar, mientras miraba hacia abajo.
- ¿Señor, señor, nos sacaría otra foto?
Román se dejaba llevar y dejaba vida y alma en aquel piano.
Vellmount se levantó, sacó la foto y siguió caminando hacia la salida.
Al poco tiempo, uno a uno fueron saliendo.
Lambertucci fue el último en salir. Se lo notaba apesadumbrado, algo gris. Pagó la cuenta. Y se fue del Ateneo.