Es harto conocido el trasfondo místico y su vínculo estrecho con
lo espiritual que popularmente se concede a los gatos. Siempre hay
gatos en los cementerios, las pitonisas, brujas y una que otra vecina
suelen tenerlos, lo que resulta evidencia definitiva para confirmar
el carácter ultraterreno y aterrador de estos bichos.
Recuerdo que en varios
pueblos escuché decir que estos animalitos tienen el don o la
condena de percibir las ánimas. Es así,que un escalofrío recorría
el cuerpo de esos pueblerinos cuando un gato se espantaba sin una
causa aparente.
Lo cierto es que Vellmount, en uno de sus desvaríos, sostenía que
estos bichos no veían las ánimas... que era un error conceptual,
una falacia.
Recuerdo que un día, en una plaza, mientras Tellería perfilaba la
mirada hacia unos gatitos para hacer unas fotos, Vellmount se quedó
varios pasos atrás congelado.
Quien lo hubiese visto, a juzgar por su mirada, no hubiese dudado que
había visto al mismísimo mandinga.
Claramente se lo notaba conmovido, impactado... estaba pálido y un
aspecto marmoreo como si hubiese muerto de tanto horror resaltó las
ojeras de su cara.
- Qué pasa, Hernán... parece que viste un fantasma - Preguntó
Tellería algo sorprendido.
- Tellería, alejate... vení... que no te miren, pelmazo!!! no
levantes la perdíz, che!. Vení, te digo...
- Qué pasa, Hernán... Me estás asustando - Replicó Carlos,
mientras disimuladamente miraba alrededor intentando encontrar la
fuente del espanto.,
- Esos demonios peludos... esas pérfidas quimeras son órganos de la
divinidad, Dios y Diablo... ven las almas no las ánimas... Así, la
divinidad ultraja y se entera de la intimidad más íntima de cada
ser vivo o muerto.... tienen la virtud de apropiarse de cada secreto,
por recóndito que sea con una sola mirada... - expresaba un
Vellmount claramente afectado.
- Pero qué decís, Vellmount... Dejate de joder y vení, acercate...
- Es un horror,
Tellería... es un horror tan claro y no lo ven... las palomas y los
gatos van acabar con la humanidad... cuando nos demos cuenta, va a
ser tarde... acordate de lo que te digo... va ser tarde - susurró
Vellmount mientras rajaba aquella plaza.
Roberto Lambertucci