Lescano, perdiendo toda mesura literaria le soltó a la morocha:
- Señorita, entienda bien que esto nada tiene de vanidad... y sepa que usted me gusta desde el culo al alma, y viceversa... también un poquito más.
Se hizo un silencio espeso, apenas llenado por los ojos abiertos de una mujer desconcertada, silencio de esos que convierten en mercurio el tiempo... un silencio solo interrumpido por un tímido estallido, que adornó con cuatro dedos la mejilla izquierda de Lescano.
Entre conmovida y sorprendida, la morocha, se echó a llorar mientras corría y ya nadie supo de ella.