15 de noviembre de 2010

Resistimos por los niños...

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Ciertamente si uno vislumbra una esperanza en éste mundo, sórdido y corrupto, está irremediablemente ligada a los niños.
Hoy por ejemplo, lunes, comienzo de semana, vuelta a la rutina infernal de la gran urbe, al ruido insoportable de los automoviles que no descansan, al paso apurado casi aturdido, como el pensamiento, si hoy lunes he de resistir ha de ser por esta foto, por la paz, por la ternura, por simpleza y la belleza de esta niñita durmiendo, a salvo de todo, sobre el pecho de su padre.
La belleza es un verdadero valsamo para los lunes.

- Tellería, llevá esto al Dr. Menendez recordá que tenés que ir al banco por lo del colegio de escribanos a las 09:00hs tenés que tener listas las carpetas, biblioratos y fotocopias necesito que busques la escritura de Martinez porque viene a firmar a eso de las 09:15hs y viste lo pesado que es por lo cual cuanto menos tardemos mejor haceme un café y traeme alguna de esas masitas tan ricas que compraste y atendé el teléfono por favor…

Apenas dos meses y no ha despegado la vista de su madre. Es conmovedor y maravilloso el vínculo que se teje entre una madre y su hijo… algo que los hombres jamás comprenderemos por completo, algo de lo que estamos excluídos.
Cambio todos los atributos y virtudes de un adulto, siempre y necesariamente sobrevalorados, por una horita de ese sueño, por 30 minutos de esa pureza, por 10 minutos de esa simpleza.

- ¡Tellería!, ¿me estás escuchando?

Ciertamente si hemos de resistir en la esperanza, ha de ser por los niños, que nos recuerdan todo lo noble… el ser humano en su estado más puro. Si solo pudiésemos resistir en la niñez, congelar el paso del tiempo en esa etapa maravillosa… Pero es imposible, solo nos queda resistir en los niños, no hay otra salida.
Si, sin lugar a dudas, si “esperanzamos” en un mundo mejor, esa esperanza se halla es las manitos arrugadas y en el sueño tranquilo de los niños.

- TELLERIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Carlos desfenestró a su jefe con una mirada filosísima, desde atrás de un escritorio colmado de papeles que hacían equilibrio, apilados en varias columnas que parecían no tener fin cercano.
No dijo nada. Tomó tranquilo la carpeta que segundos antes habían arrojado sobre el escritorio. Caminó hasta la puerta. Y se despidió con un portazo que hizo tambalear las columnas y las certezas, supuestas, de su jefe.
Dicen que solo volvió por la oficina aquel día, para dar parte de la tarea cumplida y finalmente volver a marcharse… sin decir adios.

Este texto pertenece a un capítulo extenso y gris del arte de la invisibilidad: Los orígenes. Paradojalmente es uno de los capítulos finales de las crónicas, varias teorías de los críticos de siempre han tratado de explicar esta incoherencia de Lambertucci. Sin lograrlo. Cuando se le preguntaba al Dr. por qué ese orden tan caprichoso, por qué el origen estaba casi al final, este se limitaba a responder “ porque así sucedió o al menos así me sucedió… o quizás fue precisamente lo contrario… vaya uno a saber…”