Colgajos de piel apergaminada comenzaron a caer y sus manos en carne viva, todavía dolientes y sangrantes, comenzaron a sentir.
Una cáscara opalescente, casi pétrea, se quebró y el sol deslumbró sus ojos.
Su cuerpo se fue desnudando, como si se desprendiera de una corteza que lo apresaba y asfixiaba, y un mar de sensaciones lo embargó causándole una conmoción.
Pronto comenzó a mover con suavidad sus articulaciones anquilosadas.
Su pecho se expandió cíclicamente.
Nadie lo sabía pero estaba comenzando su nuevo renacer.
Este texto breve pertenece a Laura Arcamone y forma parte de una colección inmensa y enigamática, laberíntica e intrincada, por momentos inentedible (como escritas por un demente) escrita durante su retiro voluntario, que duró casi 10 años y se extendió a regiones recónditas de casi toda la Argentina y el Uruguay.