28 de septiembre de 2011

cotidiana...

Sus pies iban hundiéndose, poco a poco, en la trama suave de aquel arroyuelo innominado. Siguió su cause un buen tramo hasta que las piedras, que hasta el momento eran pequeñas e inofensivas, se hicieron grandes, algunas de ellas filosas. Los pimientos de la orilla acariciaban su pelo vivo de viento y sol. 
Julieta, caminaba extasiada por la brisa y el reflejo que cegaba sus ojos y agudizaba su alma: la libertad la embargaba y rebalsaba. 
La piel rosada de sus pies fue desgarrada por una de las piedras, hundiéndose ésta en la profundidad de su carne. Apenas se percató, siguió caminando ajena al dolor y a la sangre que comenzaba a brotar, tiñendo poco a poco la totalidad del río cuesta abajo. 
Ya de noche, las luces de los coches resaltaban las contorsiones del paisaje, apareciendo y desapareciendo en medio de un silencio casi sepulcral si uno se olvida del estruendo continuo del rio. 

Con las estrellas como única fuente de luz, regresó por el costado de la ruta hasta la carpa y allí se quedó dormida, cobijada por las últimas brasas de una fogata ya moribunda.