Salía del trabajo cada tarde.
Caminaba hasta el primer espacio verde. Allí dejaba caer su agobiado y enclenque cuerpo sobre la gramilla y se disponía a olvidar el peso que cargaba sin quejas ni reproches.
Por unos minutos dejaba librado al azar el destino del hombre y del mundo y solo miraba el cielo. Y así, tendido sobre la gramilla unos módicos minutos, su alma se enredaba en las nubes y se perdía en un torbellino calmo de ensueños y recuerdos.
Pronto, acomodaba el cuello de la camisa, se ponía los anteojos y se alejaba caminando.
Nadie supo nunca su nombre, usaba varios de una forma más que convincente.
Nunca nadie pudo recordar o describir su aspecto.
Fabricio lo había visto unas 15 veces, siempre con un rostro diferente. Pero nunca pudo acercarse.
Vellmount y Tellería frecuentaban las plazas, ramblas y parques: querían estrechar su mano y asegurarle que su secreto estaba a salvo. Jamás dieron con él.
Leyenda de un hombre extraordinario, Así se titula este texto que viene a engordar los misterios de estas crónicas, turbias y retorcidas, del Dr. Roberto Lambertucci.