15 de marzo de 2024

Diego A. Marino

Diego A. Marino

Intuí nuevamente que la belleza absoluta es una especie de castigo temible, una carga casi horrorosa, casi imposible de soportar, que lleva consigo la tragedia hermosa de la perfección condenada a una existencia fugaz de apenas unos cuantas horas o días.

Recuerdo que la primera vez que vi una rosa china, en el patio de casa, casi conmovido por el rojo intenso me quedé helado cuando mi madre dijo, detrás mío, que solo viviría un día. Esa fue la primera vez en la que tuve contacto con ese concepto: la belleza extrema como carga insoportable.

El viernes volvía de la facultad con el paso algo apesadumbrado. Entendiendo que por la forma en la que las nubes estaban iluminadas solo quedaba a lo sumo 30-45 minutos de luz solar. Esa certeza aumentó el tedio porque no llegaría a tiempo para salir en bicicleta. Luego de unos cuantos pasos arrastrados y habiendo descartado la actividad física nuevamente, opté por focalizarme en los eventos próximos, principalmente en la delicada reunión de esa noche.

Fue así que en entre paso y paso, mientras imaginaba las alternativas de la reunión y el tema a charlar, percibí un movimiento cerca de uno de mis pies. Cuando bajé la mirada descubrí con sorpresa que una mariposa, tal vez la más bella que haya visto de tan cerca. Estaba en la calle, sobre el asfalto helado. Con sus alas coloridas abiertas de par en par. Acerqué lentamente la mano, pensando que se iba a volar inmediatamente. Pero no fue así, solo movió mágicamente sus alas maravillosas, pero lentamente, como si fueran una carga, y se trepó a mi dedo.

No podía volar ya que apenas podía mover torpemente sus enormes alas. Apenas podía cargar ese peso.

Ahí recordé que la belleza extrema puede ser una carga intolerable. Y pronto supe que estaba muriendo aplastada por ese peso.

Decidí llevarla conmigo. Fue así que caminé hasta la fotocopiadora unas 10 cuadras con la mariposa en la mano.

Fui buscando una latita o una botella para poder guardarla en la mochilla sin dañarla. Pero no pude encontrar ni una. 

Ya en la fotocopiadora esperé las imágenes de una tomografía encefalocraneana normal, los dibujos de la correlación neuroanatómica, y el informe de la OMS, del ministerio de salud de Argentina y de México del viernes 8 de mayo sobre la gripe porcina con esa carga preciosa en mis manos.

El chico que hacía las fotocopias y otra persona que esperaba miraron mi mano y a la mariposa que en vano intentaba ocultar y en sus rostros se dibujó una pregunta que jamás vio la voz.

Fue así que llegué a casa. Casi no tenía tiempo y tampoco luz, por lo que supe que debería relegar las fotos.

La puse en la meseta del helecho serrucho, con la idea de que se mantenga fresca cerca en la tierra. Movido por cierta culpa, puse cerca una cuchara de té con miel diluida en agua y otra solo con agua… Tal vez necesitaba algo dulce.

El sábado estuve todo el día en el hospital, al llegar a la noche estaba moviendo sus alas torpemente, con una dificultad aun mayor, en el mismo lugar. Volví a relegar las fotos por la falta de luz.

Hoy domingo a la mañana apenas si movía sus alas bellas, ya no relegaría las fotos. Con la delicadeza y con el nudo en el garganta de quien acaricia a alguien que está por morir, la tomé en mis manos y me dispuse a retratarla.

Su belleza no quedaría en el silencio de una muerte anónima, tal vez destrozada por la rueda de algún auto indolente o por un pie imprudente. No lo permitiría.

Esta es una de las fotos que hice.

Esta fue la segunda vez en la volvía a rumiar ese concepto: lo efímero de la belleza extrema.
Luego de pensar un momento comprendí algo que me hizo esbozar una sonrisa.

Tuve la sensación intuición de que la osadía de ser bello es castigada con la fugacidad de la vida y que la osadía de ser inmortal se paga en ella misma también tiene su precio: su precio costo es la condena a la eternidad, una forma de horror

Comprendí que la perfección y la vida fugaz y la vida eterna son una especie de tormento o bien un castigo destinado a quien desafía las virtudes exclusivas elitistas de un Dios celoso y cristiano o bien son una forma de equilibrar las existencias de los seres.

Tanto la una como la otra llevan consigo una tragedia. La tragedia hermosa de la belleza inigualable e intolerable que en su fugacidad vive apenas unos días y muere aplastada bajo su peso específico y la tragedia terrible y bella de una vida eterna cargada de tormento de la que no hay ni habrá salida.

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10 de Mayo de 2009
Diego A. Marino
Hernán Vellmount

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Este texto fue publicado el 10 de Mayo de 2009, en la ciudad de La Plata. El texto original estaba firmado bajo el nombre de Diego A. Marino, sin embargo pertenece a Vellmount, como bien se entiende. Cuando le preguntaron a Hernán sobre este particular, respondió:

- Por supuesto que estaba al tanto de la situación, ese bastardo ha robado muchos de mis textos e ideas... incluso he visto por ahí muchas fotos de Tellería que llevan como pie una frase melindrosa ("los medios justifican los fines", por ejemplo) y la firma de este sujeto. Por años me obsesioné en dar con él, nunca pude. Las únicas referencias que encontré con respecto a él fueron falsas y solo me condujeron a callejones sin salida o lo que es peor, las que parecían pistas para dar luz a su paradero, generaban un millón de incógnitas nuevas y por resolver: de un laberinto tridimensional me transportaban a uno mucho más complejo y refinado. Nunca di con él, supe cuando renunciar a esa caza de brujas, brujas que jamás existieron ni existirán. 
Diego A. Marino no existe, ni existió. Es apenas una quimera, un delirio, una alucinación huérfana de padre y madre. 
Sin embargo debo confesar que aproveché este particular. Algunos de mis textos los he firmado con ese nombre de fantasía, un poco por juego y otro poco por necesidad. Necesidad de qué se preguntará usted. Ese sujeto, real o inexistente, ha leído cada texto y hemos sido cómplices en la lectura y la escritura, incluso me atrevo a decirlo, en algunos momentos de soledad extrema su fantasma me sostuvo la mano y me ayudó a seguir. Quise agradecerle su compañía tan cierta, pero jamas di con él, como ya dije. Es por eso que muchos de mis textos llevan su nombre. Cuales?, preguntará Ud... debo confesar que han sido tantos que lo he olvidado. Incluso al releer mis textos me es imposible decirlo con certeza. En mi obstinada búsqueda de complicidad me imaginé la personalidad de este sujeto, lo hice con tanto detalle y con tanto metódico afecto que terminé por empatizar con ella, con sus pensamientos y ocurrencias, y empecé a escribir textos fingiendo y jugando a ser Diego A. Marino. Al principio me era difícil no volcar mi propio estilo y pensamientos, pero la cosa fue mejorando. Para ver la perfección y eficacia del artilugio fui mostrando los textos a gente que suele leerme, a mis amigos y familiares y les preguntaba a quien correspondía el texto. Al principio no había dudas. Con el tiempo fueron dudando, y ya avanzado el proceso no dudaban y atribuían al sujeto cada una de mis palabras escritas bajo la máscara de su nombre. Este resultado me sorprendió. Seguí jugando un poquito y fui mas allá, me gusta la sorpresa y forzar algunos límites. El siguiente paso fue volcar parte de la personalidad y pensamientos de Marino en mis propios textos. El resultado siguió un camino similar al experimento anterior, aunque el resultado fue aterrador: eran incapaces de reconocer el autor de los textos, tantos los que llevaban mi firma como los que estaban firmados por el fulano. Tellería, frotándose la frente afirmó: 

- mmmm, la verdad que estos textos podrían ser tuyos, sin duda alguna, sin embargo luego de leer los libros que me mostraste, también podrían ser de Marino. Aunque lo cierto es que también podrían ser una colaboración de los dos. ¿Quien es Marino?
- Marino no existe - Ante la mirada confundida de Carlos, tomé los textos y me fui dando un portazo.

Usted dirá, pero no eran todos textos suyos?, y se preguntará acertadamente: qué problema hay entonces?. Lo cierto es que cuando comprendí que Marino era apenas una ficción y empecé a utilizar su nombre en mis textos y a escribir fingiendo ser Marino, sucedió algo inesperado: empecé a encontrar entres mis hojas y cuadernos textos firmados por mi y por Marino que claramente no me pertenecían. Un escalofrío se filtró por mis venas.
El artilugio fue tal, tan limpio, tan complejo y tan completo (el suyo y el mio) que hoy me resulta imposible decir qué texto me pertenece y cual es obra de este sujeto. 
Frente a este segundo misterio, los textos que recibía o encontraba entre mis cosas, retomé la búsqueda del fulano varios años después. Me sorprendí al encontrar infinidad de información, detallada y cabal... que rápidamente comprendí contradictoria. Al poco tiempo recordé lo que había sido parte de mi artilugio. Durante la primera búsqueda y por la misma razón por la que comencé a firmar mis libros como Diego A. Marino, se me ocurrió sembrar infinidad de información sobre este sujeto, información obviamente falsa, por si alguien se decidía a buscarlo.
Frente a este segundo fracaso abandoné definitivamente mi búsqueda, y preferí conservar el misterio y la complicidad.
Sospeché lo que vendría, y que usted ya estará sospechando. Intuí con una sonrisa que el sujeto había seguido el mismo proceso. Sospeché que el tipo, en un arrebato de creatividad, complicidad y sentido del humor habría sembrado infinidad de información falsa sobre mi persona, habría falseado datos, borrado otros, hasta convertirme en un fantasma, en una ficción. 
Celebré esta idea, que jamás confirmé, con un sonrisa: 

- La soledad ya no era un peso intolerable: tenía un cómplice

Hernán Vellmount
Diego A. Marino
CABA La Plata 4 de Agosto de 2013

9 de enero de 2024

La belleza

A veces es necesario buscarla, mirar fijo, entrecerrar los ojos. Tenemos un atisbo de idea, sin embargo no es evidente a simple vista, no la vemos, no la encontramos. Reencuadramos, volvemos a componer la imagen, acercamos y alejamos el zoom sin resultados. A veces no se logra a la primera y es el en el posprocesado cuando recortando y reencuadrando, cuando la imagen nos logra: no antes ni después.

En la fotografía, como en la vida, el tiempo y la espera son valiosos aliados, por eso la paciencia es tan preciada. 

Otras veces la belleza se manifiesta a primera vista, casi salvaje. No damos con ella, sino que ella nos convoca de una forma tan contundente y tan irrenunciable que uno no puede hacerse el distraído y no nos queda otra que gatillar guiados por su mano suave.

La belleza está ahí, esperando o convocando, para quien sepa verla, para quien sepa detenerse. 

Por eso Tellería solía decir que "no hace fotos quien puede o quien quiere, sino quien se detiene".

10 de noviembre de 2022

anatómicamente perfecto

Camino por Villegas, hacia donde estaba antes el Progreso. Hacia Mc Fly.

Pregunto si puedo sentarme

- Cuantos van a ser? - Me pregunta la mesera

- Al menos cuatro - Respondo

- Si, en cualquiera de las mesas - Dice con media sonrisa y se marcha.

Busco en vano el Qr para la carta. Levanto la mano, y con una seña que me parece lógica pero que seguramente, vista desde afuera es inentendible, pido un menú.

No quiero caer de forma mecánica en la caipiroska de maracuya. Asique miró los tragos, estoy entre el Mc Fly y el DeLorean. 

Afirmo como si comprendiese, como si hubiese tenido una gran revelación: es el aperol, claramente es el aperol.

Me tocan el hombro.

- Sebita!!!!!!! Nos damos un abrazo.

Nos ponemos al día mientras pedimos algo para tomar y para comer. 

- Hiciste cardiología, no?

- No, clínica y reumatología 

- No hiciste cardiología, estaba seguro que eras cardiólogo - Repite Sebastián sorprendido.

- De dónde sacaste eso?

- Me acuerdo...

De repente todo comienza a distorsionarse (todavía no tomé nada), la voz de Sebastián comienza escucharse lejana. De pronto siento la sensación de la montaña rusa, justo antes de bajar en caída libre. 

Se apagan los sonidos y como un cimbronazo me sacude, casi me desprende de la silla. 

Abro los ojos,  estoy aturdido. 

Un ruido ensordecedor, metálico me taladra los oídos. Parece música. Miro a mi alrededor. Estoy en un bar platense. Siento la torpeza y la descomposición del movimiento de cuando tomo cerveza. 

- Ja, todavía no entendía que la cerveza me hace mal! no es el alcohol, es algo de la cerveza! por eso tomo vino o tragos! - Comento en voz alta aunque no había nadie cerca.

Un remolino de gente yendo y viniendo, contorneándose, sacudiéndose embrujados por esos ruidos estridentes que me revientan los oídos.

- Vení, Marino! - me agarran del brazo. Es Sebastián con Pipi, que están en un estado peor que el mío. 

Me presentan a Laura.

- Como estás - Le grito en la oreja

- Bien, vení vamos a sentarnos, estoy cansada 

Nos sentamos en la mesa en la que estaba anteriormente. 

- De dónde sos?

- De Trenque Lauquen, que suena al Sur Argentino, pero es provincia de buenos Aires... Cerquita de Pehuajó, a 150 km de Santa Rosa - Respondo.

- Y qué haces por la Plata

- Estudio medicina

- Dale, me estas chamuyando, te querés hacer el interesante! - Dice y me pega con la mano 

- No, de verdad, quiero ayudar a la gente

- Hay, que noble... no te creo - Dice - demostramelo.

Pienso un segundo y agarro una lapicera bic que había en la mesa y una servilleta y le digo:

- Así es como se representa el amor, con un corazón (hago el dibujito clásico), sin embargo es anatómicamente impreciso! - Y comienzo a dibujar

- Qué haces?

- Demostrarte que soy médico... Estudiante de medicina

Se ve que me meto tanto en el dibujo que se vuelan los minutos. Cuando levanto la cabeza triunfante, ostentando mi obra en la servilleta... Laura ya no estaba.

- Que meirda es eso? - Me pregunta Sebastián

- Un corazón anatómicamente real

- Que porquería intrincada es el amor real, bromea alguien de otra mesa mirando la servilleta.

Otra vez la montaña rusa, los ruidos y los olores empiezan a alejarse, de nuevo el sacudón.

Abro los ojos. Hay silencio, se escucha el ruido lejano de algún autobus y muchos autos. Estoy en un escritorio, dibujando en un iPad. 

Estoy asquerosamente sobrio, se escucha de fondo Devenire, de Ludovico. 

Son mis manos, pero no las controlo. 

Estoy dibujando nuevamente. 

- Qué mierda es eso? 

- Pará que va a ir tomando forma.

Capa por capa me veo dibujando un corazón. 

Otra vez la sensación. Los ruidos y colores que se alejan, el sacudón. 

- Donde carajo estaré ahora

- Vos eras cardiológo, no? - Me pregunta Sebastián

- No, nada que ver

- Y por qué creo que....

- Porque me viste dibujando un corazón en una servilleta de papel una vez que salimos en La Plata

Sebastián piensa un momento y, riendose, dice:

- No estabamos bien

- No

Nos reímos, pedimos una cerveza y algunos tragos.

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CABA

La Plata

Trenque Lauquen 



7 de noviembre de 2022

nostos

 

En griego, «regreso» se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la lengua nacional: en español decimos “añoranza”; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en alemán Heimweh, o en holandés heimwee. Pero es una reducción espacial de esa gran noción. El islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, distingue claramente dos términos: söknudur: nostalgia en su sentido general; y heimfra: morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra “nostalgia” tomada del griego, tienen para la misma noción su propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi po tobe: “te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia”. En español, “añoranza” proviene del verbo “añorar”, que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él. Algunas lenguas tienen alguna dificultad con la añoranza: los franceses sólo pueden expresarla mediante la palabra de origen griego (nostalgie) y no tienen verbo; pueden decir: je m?ennuie de toi (equivalente a «te echo de menos» o “en falta”), pero esta expresión es endeble, fría, en todo caso demasiado leve para un sentimiento tan grave. Los alemanes emplean pocas veces la palabra “nostalgia” en su forma griega y prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido (una nueva aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un nostos; para incluir en la Sehnsucht la obsesión del regreso, habría que añadir un complemento: Senhsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o nach der ersten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer amor).

Milan Kundera, Ignorance

23 de junio de 2022

todos los círculos


Salté de la cama: algo me despertó. Eran las 5:30 hs, la pequeña seguía dormida al lado. Aun obnubilado por el sueño, supe que me había despertado una explosión. Creí que había sido un disparo, como se han escuchado otras veces. 

Al poco tiempo comenzaron a escucharse gritos que no se entendían. Pensé que habían herido a alguien, por lo cual miré hacia Córdoba y Pueyrredón y sin embargo no vi nada.

Volví a apoyar la cabeza sobre la almohada y pocos minutos después los gritos se volvieron desesperados, gritos de auxilio y gritos de ayuda. No eran uno o dos, eran muchas voces gritando. 

Volví a mirar, seguía pensando en el herido de bala… otra vez no ví nada. Cuando traté de seguir el origen de los gritos ví un reflejo en la fachada vidriada del Finochietto, sin entender mucho todavía, busqué la fuente del mismo y me quedé congelado: un departamento se estaba incendiando. 

Era un incendio de una violencia que jamás había visto o sospechado. 

Uno ve incendios catastróficos en las películas y sin embargo no arden ni queman como lo que estaba presenciando. 

Estoy acostumbrado por profesión al sufrimiento y a la muerte, a los médicos y sobre todo cuando se ha trabajado o se trabaja en urgencias no nos es ajeno el sufrimiento y la muerte, no nos paraliza, pensamos claro, decidimos claro, actuamos aún a pesar de la tragedia de la que somos testigos, aunque siempre nos conmueve e impacta. 

Sin embargo esto era de una violencia que desconocía, que no había visto antes, que no sospechaba y me quedé helado, se me puso la piel de gallina y se me hizo un nudo en el corazón o en el estómago. 

Las lenguas de fuego salían del departamento hacia el balcón con una energía monstruosa, casi infernal, consumiendo todo a su paso. Subían extendiéndose hasta alcanzar el departamento de arriba, simultáneamente se escuchaba el crujido de las cosas quemándose, rompiéndose y vidrios que estallan. Una columna de humo colosal se elevaba como un leviatan, un humo denso casí viscoso, casi palpable, claro cerca de las llamas y negro al elevarse un poco, que superaba la altura del edificio y oscurecía toda la manzana. 

Casi simultáneamente comenzaron a sonar las sirenas de bomberos y ambulancias en lo que fue un operativo enorme y bien coordinado. 

Al poco tiempo los bomberos entraron al edificio, se veía las luces de las linternas recorriendo piso a piso, habitación por habitación. De forma coordinada y guiadas por gritos y llamadas, aseguraron todo el edificio, de pb a hasta la terraza y cabina de ascensores, cada uno en posición verificando si había personas atrapadas.

Pronto se los ve llegar al infierno, al origen mismo del fuego, no se detienen, no dudan,  tienen que romper ventanas, cortar rejas, y no se detienen. Yo estoy a una cuadra y estoy congelado, con el corazón en la boca, con mil pensamientos en la cabeza y sin poder moverme, impregnado de terror incluso a la distancia, y estos señores no se detienen: el infierno no los detiene.

Imagino que el esfuerzo físico debe ser brutal, colosal, lo cual empeora hasta vértigo con las altas temperaturas y el humo, sumado a que trabajan a oscuras porque se corta la electricidad en el edificio. Es difícil de imaginarse en carne propia una situación parecida. 

¿Qué pasa por la cabeza de estas personas? Son inmunes al miedo? Claro que no.

Se que están aterrados, por sus cabezas pasan mil pensamientos, el sufrimiento y la muerte de las personas que asisten, pero además (y en esto se diferencia con el proceso que hacemos los médicos) pasan en un segundo por su cabeza su salud, su vida, sus familias, sus planes, todo. Tienen miedo, desde ya, un miedo que apenas podemos sospechar, que solo lo puede describir quien vive esa situación. Pero a pesar de eso siguen, voluntariamente y se los ve meterse sin titubear al corazón mismo de las llamas.

Pronto comienza a salir un humo blanco desde adentro y las llamas comienzan a ceder. 

Siguen recorriendo los pisos buscando víctimas, se los ve cargar a algunos, ayudar a salir a otros.  

Se que tienen miedo porque el proceso ha de ser similar al “acostumbramiento médico selectivo” al sufrimiento y la muerte ajenos, que nos permite ser operativos ante la urgencia, conservando la emoción, la empatía y la conmoción ante el sufrimiento y la muerte. Es decir, el médico a pesar de mostrarse imperturbable y calmo ante situaciones dramáticas para las que se preparó y experimentó sigue sintiendo, se sigue emocionando. 

Pero sigue siendo distinto lo de estas personas.  

Están acostumbrados, es su trabajo y se preparan para eso, si, es cierto. Pero las cosas no son tan sencillas y uno peca en restarle importancia a lo que hacen estas personas. 

Los médicos nos acostumbramos a cosas que paralizan al resto y podemos actuar, como ya mencioné, sin embargo pocas veces lo que vivimos amenaza de forma directa y categórica nuestras vidas, quizás en pandemia sentimos eso: la propia vida amenazada intentando salvar o curar a alguien. Ahí cambia el panorama, no es el sufrimiento ajeno, la muerte ajena solo la que está en juego (siempre una tragedia, pero no nos muerde el dolor a nosotros ni la muerte nos respira en el cuello)… En la pandemia fue distinto, estuvimos en peligro directo, era la propia salud la amenazada, era la propia vida en peligro. Ahí si se nos complicó pensar con claridad, tomar decisiones no fue fácil. Ciertamente fue un infierno emocional y físico que nos doblegó a casi todos y cuyas secuelas emocionales y físicas muchos padecen todavía. Quizás ahí experimentamos algo parecido.

Fue todo tan dinámico y rápido que es difícil describirlo y transmitir la escena fielmente. 

Simultáneamente a bomberos se llenó de ambulancias del SAME, que llegaban y salían una tras otra, en orden a pesar del caos, que cargaban heridos y los llevaban a distintos hospitales para su atención. La policía coordinó los cortes de Córdoba y las esquinas alrededor permitiendo y ordenando el operativo que fue inmenso, de un gran despliegue de las tres entidades (SAME, Bomberos y Policía).

Fue una tragedia. Murieron varias personas y más de 30 internados. Siento una mezcla de emociones. Me alcanza la primera luz del día pensando todo esto. 

No somos conscientes de la salud hasta perderla o hasta que se ve amenazada. No somos conscientes de la seguridad hasta perderla o hasta que se ve amenazada. Somos inmunes hasta que dejamos de serlo y ahí es desesperante, un infierno que nadie quisiera vivir. 

Que no quede en unos aplausos perdidos y olvidados el reconocimiento y respeto de cada ciudadano a quienes nos cuidan y nos salvan en el día a día, poniendo la propia vida y salud en riesgo. 


Diego A. Marino.