Concurrí con rigurosa regularidad a cada atardecer. Sin entenderlo, bella ironía, regresaba una y otra vez a su memoria.
Busqué una piedra donde sentarme.
Suspiré con reiterada insistencia ante el paisaje que parecía despedirse, desplegándose con una humilde belleza.
La temperatura empezaba a bajar, lo notaba en la palidez de mis manos que dolían un poco. Las froté y las metí en el bolsillo, acurrucándome como para protegerme del frío.
Como en una confidencia, apenas con un hilo de voz susurré algo que se fue diluyendo en la brisa.
El agua parece quebrarse y cruje en la inmediata lejanía.
La noche se hace presente con un arcoiris de sonidos y silencios. Me entretengo pensando que, frágil y celosa del día, quiere hacer alarde ante mi… como si pudiera pasar desapercibida. Esa ficción, esa escena de celos entre el día y la noche me halaga, me llena de un cálido sosiego.
- Está muy lejos?
Preguntó una voz que pareció salir de la nada. Cuando giré, un poco asustado no puedo negarlo, vi a un hombre de imponente presencia, que a unos metros de mí parecía hipnotizado, con la mirada perdida en el metálico reflejo de la luna en el lago.
Me sorprendió que hasta sus pasos parecían denotar seguridad y elocuencia.
- He notado que la extraña, sin embargo no debe acrecentar su sufrimiento espiritual con cuotas de sufrimiento físico, la postura que está adoptando no es la mejor para su espalda… puede extrañarla, si eso quiere, sentado de una forma más ergonómica - Dijo con cierto brillo en unos ojos que parecían a medio abrir y con una sonrisa que mezclaba la agudeza de un sabio y la picardía cómplice de un niño
Debo decir que al principio me sorprendió, sin embargo estoy familiarizado con los caminos de la deducción, la lógica y la probabilidad, por lo cual no dejé que me intimidara.
Era claro que se trataba de una persona observadora en extremo. El caminar en la noche, seguramente también había observado el atardecer, por la costa de un lago sugerían un temperamento nostálgico, además de tratarse un hombre valiente y decidido. El hecho de que se haya acercado a mi, su curioso interés, y la forma amena con la que me había hablado, su incitación al diálogo, me sugerían que era un humanista, un filántropo. Se llega al humanismo por diversos caminos. Los hombres de extrema sensibilidad y agudeza suelen volcarse por esa curiosa naturaleza a una religión, estadísticamente y por estos lados, el sujeto era o había sido cristiano. Pero sucede que estos mismos sujetos, tan agudos, traspasan de un solo golpe de vista el maquillaje feliz de la realidad y desengañándose precozmente transitan el sendero del escepticismo religioso y humano. Posteriormente, ya agnósticos, desengañados y sin esperanza ni expectativa alguna, por un vuelco del alma que a veces entiendo y otras no, muchas veces se vuelven humanistas enérgicos. Arriesgué que ese había sido el camino que había transitado y que lo llevó a su humanismo. También es frecuente que estas personas, que se identifican con el género humano y se acercan a una religión se inclinen por profesiones que se vinculen profundamente con lo humano. Por otro lado el tipo está regido por una rigurosidad y curiosidad en sus gestos, sus palabras y movimientos que es propia de una ciencia exacta, tal vez física. Había hablado de mi columna y seguramente había observado que antes de sentarme me frote la espalda que cada tanto duele por esa maldita hernia de disco. Cuando se combina lo anterior en un solo individuo la medicina es, estadisticamente, una profesión tentadora que conjuga esos dos hemisferios. Sin embargo era un hombre libre, si algo lo caracterizaba era la libertad, por lo cual seguramente había pensado en estudiar medicina pero había desistido comprendiendo que a mayor jerarquía mayor responsabilidad y mayores grilletes: el tipo era una especie de autodidacta.
Es cierto que el lenguaje corporal habla mucho, también es cierto que muchas veces ese lenguaje está menos influenciado por nuestra voluntad y es más espontáneo, sin doblez y sin engaños… sin embargo la interpretación de estos símbolos está sesgada por nuestra experiencia personal. En cierta forma leemos en otro con mayor facilidad lo que hemos vivido o experimentado nosotros mimos: el tipo había sufrido por amor o desamor. Habiendo pensado esto, ensayé una respuesta:
- La extraño. Ahora dígame, la conoció en una de las misiones o en la facultad, antes de abandonar la carrera de medicina?
El sujeto pareció sorprendido. Se rió y se acercó jovialmente:
- Cómo está, mi nombre es Hernán... - Se presentó y extendió la mano amistosamente
Estreché su mano:
- Alejandro, un gusto.
Permaneció allí, de pie, sus ojos se dirigían todavía hacia el lago. Sin embargo al mirar su rostro no cabía la menor duda: sus ojos miraban hacia adentro, estaba sumido en profundos, tal vez tempestuosos, pensamientos. A pesar de esta certeza, cada detalle que conformaba su semblante parecía calmo, como tejidos con el hilo de una armonía muy suave. Cada rasgo parecía refinado. No estoy diciendo que sus rasgos eran estrictamente finos, ni siquiera puedo decir si su belleza era cierta. Pero algo tenían sus rasgos, que insisto: parecían refinados, como si dieran testimonio de una naturaleza distinta…
- Tal vez quiera caminar? - me invitó con un gesto, señalando un muelle que se divisaba a lo lejos.
Esa fue la primera vez que lo vi, había conocido a Vellmount.