En mi particular funciona al revés. El fantasma del tiempo es mi tormento permanente. Lo excepcional es la atemporalidad.
En mi consolidada humanidad intento el disfrute, vamos, como cualquiera, incluso me atrevo y vulnero mis propios límites tanto físicos, intelectuales como emocionales... sin embargo siempre hay una sombra que opaca la el brillo de la felicidad, una mancha que arruina no solo el presente, sino que en su naturaleza bestial, como si no le bastara el momento actual, se acentúa ferozmente y con violencia en el recuerdo y se vislumbra en cualquier proyecto, por banal que sea... la noción temporal me acosa.
Sin embargo hay un solo momento en el que me vuelvo inmortal, pues pierdo la noción del tiempo y es en el abrazo sincero con ella.
Lo he hecho todo y he sido todos, casi siempre triste y sombrío nociones de las que no puedo independizarme, sobre todo la temporal...sólo cuando la abrazo no soy nadie más que yo y tengo nada más que eso, un esbozo de sonrisa que no se si llega a convertirse en movimiento, ese calorcito emocional y sosiego intelectual que, sospecho, se debe asemejar a la felicidad y que nos hace decir “aquí me quiero quedar”.
---
Hernán Vellmount
14 de Febrero de 2014
Trenque Lauquen