El silencio de la noche y de los astros velaba su compartida soledad.
Ella, algo tímida, lo miró con mil preguntas en los ojos y un solo deseo.
Hernán, leyendo en sus ojos que apenas se percibían en la oscuridad, respondió anticipadamente:
- Usted va a cerrar los ojos, yo voy a hacer uso de mi boca... - dijo con esa sonrisa irónica que tanto lo caracteriza- pronto va a sumergirse en algo parecido al placer y me va a implorar, casi sin palabras, que no me detenga.
Supo que ella se había ruborizado, supo que estaba tragando, nerviosa, saliva y que ya había cerrado sus ojos. Ella reposó su espalda, inclinó sutilmente la cabeza y sus labios se dispusieron a esperar.
Sonriendo nuevamente, Vellmount agregó:
- Te vas a hacer adicta a mi voz - y empezó a leer.