Del lat. immĭnens, -entis
Siempre sentí fascinación por las palabras y su significado.
Creo que podría explicar esa atracción desde dos perspectivas diferentes, quizás opuestas o quizás complementarias.
La primera. Quizás, porque el lenguaje siempre me resultó complejo, quizás por mis propias dificultades con algunas palabras y sobre todo con las reglas y las normas.
La segunda. Quizás fue posterior a que me hicieran creer que escribía lindo y a la satisfacción que me generaba ese proceso, imperceptible, de pasar de la hoja en blanco a la primera palabra. Quien sabe.
Lo cierto es que solía entretenerme buscando el origen de las palabras, buscaba su raíz grecolatina, y lo que verdaderamente significaban: lo hago a menudo todavía.
Por ejemplo, recuerdo cuanto me emocionó conocer que coincidir deriva de de la conjunción latína de co-indicir, o sea "caer a la par" o "caer juntamente".
Un buen día me crucé con una palabra que me desconcertó: Inminencia.
Recuerdo la emoción, sentía el peso específico, la connotación, el significado.
Casi nervioso, me acerqué al diccionario de la RAE. Sin embargo al primara definición me decepcionó: Calidad de inminente.
Enseguida busqué inminente. La decepción fue aún mayor: Del lat. immĭnens, -entis, part. pres. act. de imminēre 'amenazar'. 1. adj. Que amenaza o está para suceder prontamente.
Me pareció una definición pobre, escueta, insuficiente. Quizás fue en una de las palabras en las que sentí ese abismo entre la compleja naturaleza de lo que sentimos y la capacidad del lenguaje para plasmarlo por escrito.
Me enfurecí linguisticamente con los editores de la RAE: cómo una palabra así tiene una definición tan chata.
Este segundo fracaso me resultó sospechoso. Quizás el errado era yo.
En ese tiempo pensé mucho sobre la inminencia y la injusticia de las palabras que no le hacían honor.
Pero vamos, si todos sentimos y palpitamos la inminencia.
Por ejemplo baste recordar el instante, ese segundo, previo al primer beso... a cualquier beso, a todos los besos. La conjunción desordenada y caótica de las sensaciones que se exaltan y de las emociones que se agolpan, todas juntas, en un instante, en un persona.
Todos hemos sentido las manos frías, la respiración acelerada, la imposibilidad de despegar la mirada de su mirada, el constatar, nervioso de que miramos sus labios, el tener la certeza de mira los nuestros. La certeza de que lo que viene, pero la incertidumbre simultanea de que podría no suceder. Todos palpitamos la inminencia, ese instante que no es el beso, sino el instante previo. Instante que no es la música, la noche y lo maravilloso de su complicidad e ingenio, sino el instante siguiente. Y que sin embargo la inminencia los incluye a ambos, pero a la vez no es ninguno.
Empezaba a entender. No es tan sencillo de definir. Quizás vayan entreviendo lo que sucede.
Es que la inminencia lo es todo en potencia inmediata y a su vez no es nada.
Puede ser o no ser o ser otra cosa, pero eso sigue a la inminencia y no es la inminencia en si.
Comprendí entonces a los editores de la RAE y del MW: la inminencia se define en la incapacidad de ser definida. Ahí va queriendo.
La inminencia, como otras emociones (es una emoción? qué se yo) o vivencia no se define, sino que se siente, la inminencia se vivencia. Mirá el verso que salió. Y es que con eso basta, por eso la definición es indiferente. Puede ser extensa, puede ser insuficiente, puede ser compleja o simple: No importa, porque a la inminencia, como con otras expresiones del alma las define el corazón, las define la emoción.
Empecemos de nuevo.
Siempre sentí fascinación por las palabras y su significado, sin embargo se que algunas no definen con precisión estados del alma: baste con vivirlos.