16 de enero de 2018

El tic tac del reloj de Josefina




Lisboa, 20 de marzo de 2018

Estimada, respetada y por momentos deseada BP.
Mire a su alrededor. De no estar sola cierre inmediatamente esta carta, ponga cara de nada, esa cara que pone en los ateneos de los viernes, y finja seguir leyendo miopatías inflamatorias del Kelley.
Una vez al resguardo de los mirones, que por cierto son muchos, retome la lectura en este mismo punto, ni antes ni después.
Tal es el carácter personal de la siguiente carta.
Una vez leída y memorizada deberá destruirla y guardarla, para siempre, en su corazón. El papel, como nuestro cuerpo está, destinado a la muerte o al olvido, que muchas veces creo que son la misma cosa.

Mi nombre es Hernán, no Pavlovsky, bien quisiera tener esa fortuna. La plata aunque renieguen de eso es un dios Sensual…
Como le decía, mi apellido es Vellmount. Hernán Vellmount.
Usted no me conoce, eso no importa. Quizás me sospeche indirectamente sin saberlo. Me ha dirigido miradas.

Lo primero que quiere revelarle quizás ya lo sabía, por ser evidente:
Diego Marino no existe, es una ficción, un personaje del borrador de una opereta mediocre cuyo autor es un tal Roberto Lambertucci.
Un personaje de ficción que es la caricatura de mi persona. Mis rasgos, mis vicios, mis virtudes y toda mi persona fueron distorsionados, estirados, exaltados algunos y aplastados otros. El resultado de todo este proceso demencial es lo que conoce y que ve cada día: Diego Marino.

Como todo personaje creado con amor y ahínco, Marino fue cobrando autonomía hasta independizarse en sus andanzas de Lambertucci.

Este sotetra, por ejemplo, llegará a usted el 17 de enero de 2018, un día después de la conmemoración de su natalicio, con un libro en la mano como regalo y le dirá algunas palabras celebres sobre el libro, el autor y la vida.

No le crea una sola palabra. O mejor dicho, creale, pero sepa que son palabras mías, porque el que las dice no es sino mi mero reflejo.

Le dirá:
- Kundera es uno de mis autores favoritos, con quien me topé en la madurez de mi vida literaria. Y así como Sabato marca el comienzo mi madurez racional, Kundera marca su plenitud, al igual que Fromm.

No le crea nada. Todo eso lo pienso y lo vivencio yo, no Marino.

Le dirá también:
- La insoportable levedad del ser es una novela maravillosa, en ella Kundera muestra al hombre de una forma muy humana. Otros autores se empecinan en nombre de la estética literaria y enceguecidos por no se qué delirio, en dibujar al hombre de una forma inmaculada, impoluta que se aleja de la realidad humana, para parecerse más a un retrato de Zeus o de Jesús, personajes de mitología, que al hombre mismo. Kundera no. Por crudo que sea el resultado, lo retrata con errores, imperfecto, con miedos e incertidumbres, endeble, pero inmensamente bello. Esa proximidad a uno mismo hace que los personajes y la trama se mezclen con nuestra vida.

Por si no lo sabe, eso lo sacó, de una charla literaria que tuve con un escritor uruguayo hace varios años, donde justamente eso le comenté al fulano cuando hacía un análisis del libro en cuestión.

Seguirá diciendo:
- La vida, Andrea, es así. Imperfecta, desordenada, caprichosa, ilógica por momentos, pero llena de belleza a cada instante para los que lo saben ver. Usted sufrirá o ha llorado por no se qué tragedia personal, por no se qué frustración o decepción. Ese es el drama. Pero ese mismo día usted ve un atardecer, su grandeza, o un momento después una mano amiga en su hombro le brinda el consuelo que necesita. Esa es la belleza. Es ahí, en esos momentos en los que sospechamos el infinito. Las cosas no pasan porqué si, en todo el caós del momento uno no puede ver orden alguno. La vida se ordena solo de forma retrospectiva. Ahí, cuando mira para atrás, comprende que cada segundo de su tiempo está relacionado y se enlaza de forma sorprendente y única con el siguiente, y así toda su vida. 

Bla bla bla bla. Esto último es parte de un texto mio que nunca publiqué.

Ensayará también:
- La vida, Andrea, es el borrador y a su vez el texto final, uno no puede reescribir lo que ya vivió. Es por eso que nos equivocamos, dudamos, tenemos miedo, es por eso que frente a cada decisión nos invade la garganta un reflujo amargo de incertidumbre: solo se vive una vez, no hay ensayos. Es este el punto clave, por esta naturaleza no ensayada, espontánea de la vida, nos equivocamos pero también es por esta misma naturaleza que cada vida cobra peso y belleza. Es así que lo mencionado le quita el tono de tragedia romana a los resultados, convirtiendo cada acto humano en un acto heroico de espontaneidad y creatividad, colmado de belleza. Esta naturaleza pone el foco en el acto, lo exalta, y no en el resultado. Y la vida, Andrea, es un poco eso. La suma de sus actos. Como dijo Lennon: “life is what happens while you are busy making other plans”. No se frustre si fracasa, tampoco si las cosas no salen como quisiera. Rara vez el hombre hace lo que quiere, suele hacer lo que puede, lo que sale. Parece poco pero es inmensamente más que no hacer nada. Encuentre la belleza, Andrea, en sus actos y tendrá una vida colmada de felicidad.

Esto es una parte del libro de Kundera sobre el que yo mismo reflexioné una noche de abril, inmerso la intermitente oscuridad del cabo Polonio.

Le dirá también:
- En el libro, Andrea, no solo se exaltan los actos, sino que tambíen se exalta el ahora. Y se exalta el ahora por una cuestión intrínseca y una condición necesaria a la exaltación de los actos. Un acto es 100% ahora, por mucho que lo intente no puede saltar la soga el 25 de mayo de 1920 asi como tampoco puede comer helado el 12 de febrero de 2034. La naturaleza del acto, y, como sospechará a esta altura de mi carta, de la vida hacen que estos se desarrollen 100%, de forma exclusiva y excluyente, en el territorio del ahora. Note que tampoco digo “hoy”... cuando se entiende la naturaleza de los actos y su relación con el tiempo, comprende que el hoy es un periodo de tiempo enorme, y por eso los que entendemos de tiempo o de la falta del mismo, hablamos de “ahora”, “el instante”, “el segundo” pero nunca, nunca, nunca hablamos de hoy. Si Usted, BP, pone el foco en el acto, necesariamente y por añadidura vivirá en el ahora y estará a escasos pasos de ser feliz.

Bueno, esto ya resulta humillante y por momentos incómodo.

Debo confesarle BP que releyendo los últimos párrafos me he sentido confundido. Y la confusión surgen de un presentimiento, de una sensación que me invadió a mitad de la carta y que no ha hecho más que acentuarse con el transcurso de las letras.

Releo a Marino y ciertamente las primeras frases son mias y Marino es el que las cita y utiliza según necesidad. En la parte media del relato creo que son frases mías pero tienen algo de Marino. Y, he aquí la tragedia, al final al leerlas como si fueran mías, las cito, y las uso a necesidad pero innegablemente, por mucho que me cueste aceptarlo, se que pertenecen a Marino.

Como verá, existe un overlap o superposición entre los límites de la realidad y la ficción. No se asuste, al contrario. Esto hace que la vida tenga un carácter mágico, que lo saca a uno del tedio de la semana laboral y de la monotonía de los consultorios externos.

Un carácter mágico al que uno accede siguiendo la recomendación de un porteño que hoy es una calle… a ver, no porque se haya transformado en calle, sino porque una calle lleva su nombre:

“Creer,

he allí toda la magia

de la vida”
(Raúl Scalabrini Ortiz)



Tic tac tic tac, el reloj de Josefina me atormenta. Voy finalizando:

  1. Disfrute la belleza de su vida (no tiene mucho más pero tampoco mucho menos);
  2. Viva en el ahora, (no hay otro tiempo);
  3. Y, sobre todo, crea (la magia, como las medias rojas, existe).

Hernán Vellmount
20 de marzo de 2018 - Lisboa
Diego A. Marino
16 de enero de 2018 - CABA