Llegó casi sin nombre inundando el departamento con su esencia y alegría.
Casi me obligó a salir amparada en esa convicción casi irresistible, que roza lo inmoral y bello, que tiene una mujer inteligente.
Caminamos con rumbo hacia ningún lado, ella perdiendo la mirada en la bruna de la noche. Parecía inhalar el mundo en cada respiración.
-Hoy es el día más lindo.- Susurró mientras la mirada de reojo, con una mezcla de escepticismo y encanto.
Nos detuvimos cerca del teatro, un olor dulce y penetrante me llegó desde la derecha, de un grupo de chicos sin nombre.
Miramos hacia arriba y la nubes apuradas, en su paso dejaban entrever la silueta plateada y perfecta de la luna, escurriéndose como metal fundido y caprichoso entre las ramas ralas de los árboles de invierno.
-Vamos hasta Moreno. – Dijo sin lugar a replica.
Seguimos caminando las cuadras que nos separan.
La municipalidad y la catedral estaban bañados con una luz que me pareció nueva y única, la bruma que flotaba alrededor reflejaba parte de esa luz formando una nebulosa lechosa que abrasaba y rodeada a sendos edificios.
Caminamos por Moreno un buen rato.
Emprendimos el regreso.
Llegamos al departamento, entre risas y párrafos.
Sonó música alegre, tal vez algo de cuarteto que bien sabe Dios cómo llegó a mi computadora. Bailamos, nos reímos en la soledad amena.
Comimos algo.
Nos dimos el más dulce abrazo.
Ella se marchó mientras veía su taxi partir.
Comienzo a creer lo del sueño cuando encuentro en el escritorio una foto perdida que todo lo aclara y que aleja la incertidumbre.